Opinión
Obsolescencia
Una de las cosas que da idea cabal de lo que ha cambiado el mundo que uno ha vivido es la duración de los objetos. Ahora tienen fecha de caducidad, son de usar y tirar. Antes duraban toda la vida. Muchos pasaban en herencia de una generación a otra y formaban parte natural y afectiva de la vida familiar. Basta repasar hijuelas antiguas. Significaban lo permanente de la casa. Aún puedo pasar revista a algunos de memoria: Los cazos de la espetera, la caldera de cobre de cocer las morcillas, el almirez de bronce, la gran tinaja rojiza de la cocina, la cantarera con los cántaros, la escopeta de gatillos a la vista, el yugo y los otros aperos de la labranza, la vieja cama de hierro, las tazas de café, la artesa, el Quijote en rústica, la sobadera, el tentemozo, el estante, el reloj de pared de la sala...Nada se tiraba. Ni las abarcas. Se heredaba hasta la chaqueta de pana del padre. Las ropas se arreglaban, se remendaban, se zurcían, se les daba la vuelta y seguían prestando utilidad como si tuvieran que ser eternas. En el pueblo no había «punto limpio», ese cementerio de objetos. Nunca venía el trapero o el chatarrero, a los que nadie arrendaría la ganancia.
En los países ricos se tiran cincuenta millones de toneladas de aparatos electrónicos al año; el 80 por ciento va a parar a basureros en los países pobres. Los ingenieros y diseñadores se esforzaron, hasta bien entrado el siglo XX, en fabricar objetos de la mayor calidad y duración posibles: bombillas casi eternas, electrodomésticos que funcionaban más de veinticinco años, máquinas de coser o coches que duraban toda la vida. Pero al fin tuvieron que claudicar a las leyes del mercado, que exigían la fabricación de objetos fáciles y caducos, a poder ser con nombres en inglés. Me he enterado, por ejemplo, que el ciclo de vida del «smartphone», mi teléfono inteligente que tengo sobre la mesa, es de veinte meses. Así que en cualquier momento le sobrevendrá la muerte súbita. Y así todo lo demás. A esto se llama «obsolescencia programada». Afecta a todos los productos del mercado. Todo es de usar y tirar, hasta los matrimonios. La característica de esta época es la evanescencia, el fluir acelerado, el pensamiento líquido, que llaman posmodernidad. Sin embargo, los objetos constituyen la huella que deja el ser humano a su paso por la Tierra. Y a mí, qué quieren que les diga, me gusta tocar los objetos antiguos que acariciaron antes otras manos.
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