Opinión

Novedad

Francisco llevaba tiempo intentándolo pero ha tardado en conseguirlo; se le enfrentaba el muro históricamente infranqueable del carrerismo clerical que consideraba propiedad privada o coto cerrado los cargos en la Curia Romana. Pero por fin ha logrado derribar esas resistencias y ha nombrado Prefecto del Dicasterio para la Comunicación a Paolo Ruffini, periodista de largo recorrido profesional en Prensa, radio y televisión y feliz padre de familia.

Es la primera vez que un seglar escala un puesto que le equipara a cardenales y arzobispos. Sucede en este delicado puesto a un monseñor, Dario Edoardo Viganó, que tuvo que dimitir por haber manipulado una carta privada que le había dirigido el Papa emérito Benedicto XVI y que hizo pública ocultando, además, algunos de sus párrafos. El cambio se produce en pleno proceso de renovación de la comunicación de la Santa Sede. El principio era claro: había que unificar un sistema cuyos diversos componentes –radio, televisión, on-line, prensa escrita, sala de prensa– funcionaban desconectados los unos de los otros.

Viganó, inexperto en tan delicada materia, entró como un elefante en una cacharrería y si no que se lo pregunten a los jesuitas y a los salesianos que durante años habían dirigido la Radio Vaticano y la Tipografía y a los que desalojó sin demasiados miramientos. Ruffini no lo va a tener fácil pero durante los años que ha dirigido la cadena televisiva propiedad de la Conferencia Episcopal italiana, él, que provenía de la oficialísima RAI y de una red de televisión privada («La 7»), está acostumbrado a lidiar ciertas batallas. Le deseamos suerte y en todo caso celebramos que un no-clérigo haya sido elegido para tan delicado cargo. «¡Auguri!» que dicen por aquí.