Opinión
Cuatro en la carretera
En el Cuelgamuros trabajaron miles de presos republicanos, mineros, barrenderos y canteros para socavar la roca (la mayoría de las víctimas mortales) y gentes de pico y pala en un trabajo de romanos para la engreída megalomanía del dictador.
Se les daba el gancho suficiente para mantener su actividad y hasta un salario miserable por emboscar el trabajo forzado. Barracones propios de nuestras dos posguerras, la civil y la mundial, en las que la mayor cosecha era la escasez, y un cerco de guardias civiles que no debió ser muy prolijo.
Por el París del año 1948 callejeaban Bárbara Probst Solomon, judía atormentada por la «Soha», y su amiga Bárbara Mailer, hermana del laureado Norman Mailer, que peleaba en el barrio latino con su novela llamada «Los desnudos y los muertos», sobre la guerra del Pacífico, y que acababa de adquirir un flamante descapotable rojo. El malogrado antropólogo Paco Benet, urgió una aventura a lo pimpinela-escarlata para que las audaces jovenzuelas sacarán del recinto del Cuelgamuros a sus amigos universitarios Manuel Lamana y Nicolás Sánchez Albornoz, hijo del gran historiador Don Claudio, exiliado en
Buenos Aires. Las chicas casi le robaron el coche al desesperado Mailer y cruzaron a España con pasaportes estadounidenses sin parar hasta el Valle de los Caídos en plan de alocadas adineradas.
Los dos fugados se limitaron a cruzar una trocha de obra y subir al automóvil sin que nadie lo advirtiera hasta el recuento. En el papel de disipados juerguistas ligando a dos gringas llegaron a la ciudad de Barcelona sin problemas. Las dos mujeres cruzaron la junquera y ellos asistidos por un grupo de baqueanos republicanos previamente conjurados pasaron los Pirineos a pie, rompiéndose un tobillo Sánchez Albornoz.
Ambos acabaron con la distinción de profesores en la acogedora Argentina. El antropólogo Paco Benet se mató con un «Jeep» en una expedición a Oriente Medio.
Una historia que resultó feliz para un sueño imperial.
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