Opinión
Dulce encanto de la debilidad
Amadeo I de Saboya inició su efímero reinado ante el catafalco de Prim y en un año tuvo a los españoles por ingobernables, aplicando por sí y su linaje y abriendo las puertas a nuestra primera república en la que la Armada cartagenera se izo a la mar para bombardear Alicante por no se sabe qué tributos municipales, siendo perseguida por cruceros de presa británicos y alemanes dado que a tenor de «El consulado del mar» eran navíos piratas bajo pabellón negro. Aquel régimen no alcanzó ni a proclamar su constitución y hasta la entrada de Pavía en el Congreso nadie se aburrió en España porque aquella republiqueta era tan débil que movía a la risa nacional. La debilidad política tiene su morbo porque sirve de peana al libre albedrío y hasta al misterioso «derecho a decidir» y cualquier disparatada ocurrencia encuentra oropel. El primer presidente de aquella opereta fue Don Estanislao Figueras, que nunca alcanzó a entender porque tantos de sus paisanos creían que federalismo y secesionismo eran sinónimos. El 9 de julio de 1873 convocó Consejo de Ministros para transmitirle una brevísima declaración que hoy seguiría vigente en boca de cualquier patricio: «Señores, esto no puede continuar así. Estoy hasta los cojones de todos nosotros». Solo, sin valija, marchó de palacio a la estación del norte tomando el primer expreso a París donde permaneció inasequible por cinco meses. A caso desconociendo el entendible exabrupto de Figueras el mismo Sánchez lleva años girando el cubo de Rubik del federalismo en una nación de naciones sin lograr alinear los colores. Los gobiernos débiles que a su flaqueza parlamentaria suman una legitimidad de origen inédita acaban perdiendo la legitimidad de ejercicio, como ocurre con el «sanchismo» abocado a protagonizar la publicidad del sorteo de Navidad para materializar su estancia en Moncloa. Decía Jesús de Polanco que debemos admitir que todos tenemos algún amigo gánster pero desde una precariedad mendicante pretender apuntalar la socialdemocracia con estraperlistas políticos sentados en las bancadas de la izquierda radical y la corrupta derecha catalana, más reaccionarios que él asta de la bandera, todo lo que representa el bachiller Puigdemont supone el pacto de Fausto con Belcebú. En la historia de nuestro parlamentarismo nadie ha podido gobernar en provecho de todos con 84 diputados y teniendo por oposición al partido más votado. La debilidad del Gobierno aflora sobre la nata de los hechos. De convocar elecciones a agotar la Legislatura. Contra la tradición no recibe el Monarca alauita cuando son urgentes acuerdos migratorios con Marruecos. Eso de que el Rey no está en Rabat solo es un desdén ante un estadista tan frágil como Sánchez. La vicepresidenta podría hablar de lo que sabe e ilustrarnos que la única Constitución que contemplaba el separatismo fue la de la URSS. Otra ministra más estima que irse de izas con dinero de parados es «agenda de género». Los Presupuestos del PP que no quiere, tendrá que prorrogarlos y para satisfacer a la morralla que le invisitió ya ha comenzado a enojar a la Iglesia y a cabrear a la banca con una doble imposición. La debilidad del General siempre convierte a la tropa en carne de cañón cuyo consuelo es estar hasta los cojones de todos nosotros.
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