Opinión
Calma y tempestad
El primer aniversario de los atentados yihadistas se ha desarrollado como si resucitara el acreditado seny, el menos común de los sentidos, perdido y hallado en el templo del romántico y sentimental secesionismo del nordeste. Muy a cuento la lectura de los versos de John Donne, poeta metafísico inglés (XVII) que inspiró a Hemingway sobre la guerra civil española: «...no preguntes por quién doblan las campanas; están doblando por ti». Fue preludio de esta globalización el sentimiento de raíz cristiana de que todo lo que afecta a la Humanidad nos concierne individualmente y que política e históricamente lo que duele en Cataluña replica en el sistema nervioso central español. Los gravísimos atentados de Madrid, en vísperas electorales, nos sumieron en la confusión por su autoría dislocando la secuencia del Gobierno y aportando la lección de que ante sucesos colectivos abominables y luctuosos las víctimas son lo único importante, soslayando grescas ideológicas o partidarias que pueden llegar a resultar obscenas en tales momentos. La sobriedad en Plaza Cataluña y Las Ramblas ha sido punteada por guiños hostiles al Rey, alguna gamberrada de los CDR, la forzada cortesía agraviada del Presidente-Delegado de la Generalitat y hasta por los nervios del PSOE poniendo y quitando la bandera de España, como si les quemara, en su mensajería digital. Mañana estaremos otra vez en la casilla de salida de octubre del año pasado porque cuando media sociedad se sumerge en una alucinación colectiva la desprogramación puede llevar generaciones de educandos. Un esperanzador optimismo llevó a suponer que Torra se sacudiría la servil obsecuencia ante el periodista Puigdemont, pero el «intelectual» supremacista no ha dado otros pasos que para ahondar en el unilateranísmo, el desprecio a la Constitución votada en Cataluña, y la política de hechos delictivos consumados. La muerte ha prestado el sentido común a media Cataluña, pero no lo ha devuelto.
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