Opinión

Remando al viento

La Diada conmemora la victoriosa entrada en Barcelona de las tropas borbónicas del Duque de Berwick derrotando a las huestes catalanas comandadas por el abogado español Rafael Casanova, partidario del Archiduque Carlos de Austria, acabándose así la Guerra de Sucesión. El 2 de mayo no se conmemora, se celebra, ya que fue inicio de la Guerra de Independencia. El suicidio colectivo de los judíos en Massada durante la primera guerra con Roma quedó como recuerdo histórico y religioso de la penacidad judía.

Tal como el empecinamiento celtíbero en Numancia sólo rememorado por los arqueólogos. Casanova fue un héroe más austracista que catalanista, exonerado como otros jefes de aquella apuesta real perdida, y vivió libre en Barcelona muriendo en su cama con 83 años. Convertir una derrota o una opción que no fue en fiesta nacional debe corresponder al victimismo o la ideosincracia del catalanismo de las ensoñaciones radicales. Hoy tenemos claro que el secesionismo catalán contemporáneo de lentitud sibilina comenzó con el perillán de Pujol, lector de la biografía de Ben-Gurión, continuó con los desastres de los tripartitos, desbarró con Artur Mas quien se precipitó en Puigdemont descalabrándose aquel en este Torra que de la nada nos ha llevado a la más absoluta miseria con su agenda política de pedrada en la frente del Estado exigiendo a la Justicia que absuelva a los políticos presos. Eso es dialogar: la renuncia del Reino de España a sus poderes constitucionales tan votados en Cataluña en 1978.

Los dos referéndums de Quebec fueron propuestos y organizados por sendos gobiernos liberales canadienses y ganó el unionismo pese al grito indiscreto de De Gaulle. Fue el Gobierno de Cameron (que Dios confunda) quien defendió el referéndum escocés, pero el Gobierno de España aunque quisiera, no puede propiciar una consulta sobre su territorialidad. Si unas Constituyentes redactaran otra Constitución cabrían hasta 17 Reinos de Taifas, pero ahora no tenemos mimbres para tamaño cesto de quebrantos. Algo menos de la mitad de los catalanes está remando al viento en un proceso de alucinación colectiva envenenado por la derecha más cavernosa de España.