Opinión
Por la gracia de Dios
Ya sólo los numismáticos recordarán las monedas del anterior Régimen, hasta la humilde peseta, con el perfil del entonces Caudillo orlado por la leyenda “Por la gracia de Dios”. Tal como aquel la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, que tampoco pertenece al beaterío suponga que está investida de algún misterioso halo de iluminación inaprensible para los ciudadanos. A poco de lucir el cargo confesó a la periodista Maruja Torres su arrepentimiento por haber trocado su estado jubilar de lujo, junto al mar, con toda la familia, por el engorro de presidir un Ayuntamiento tan complejo votado por una coalición de inexpertos mal avenidos.
Como jueza comunista, doña Carmena contaba con amplios respetos entre todos los desafectos a la dictadura y “Ahora Madrid”, o cualquiera de las marcas blancas de Podemos la abdujo de su retiro como mascarón de proa de su asalto a la Villa y Corte: nonita, amable, voluntariosa e inocentemente inofensiva.
Lo mejor de Carmena es su provecta edad, en el perdido respeto de las culturas orientales por la ancianidad merecedora de distinciones y, sobre todo, de audiencia a sus consejos senatoriales, que viene de senectud. Pero igual que admirar la juventud por la gracia del calendario es tontuna actual alzaprimar a los abuelos por lo mismo. Tampoco es que la alcaldesa arrasara en Madrid o esté en loor de multitudes como aquel alcalde republicano, Pedro Rico, o luego llegara a tener Tierno Galván; a Carmena la dio el bastón de mando el PSOE para que no cayera como casi siempre en manos del PP. No empaña eso su legitimidad de origen pero es dudoso que se aclame su legitimidad de ejercicio embarullada como un introito a Pedro Sánchez y empañada por el pecado original de la ingeniería social que tantas molestias y empujones causa a los ciudadanos. Quizá fuera el incordio más de sus peones de brega que de ella misma. Acudir a la reelección con plataforma electoral y la lista que la pete o es desconfianza al equipo que la ha acompañado o es una suerte de moderno cesarismo. Puesto en circulación tanto sufragio enganchado al populismo acabaremos añorando el voto censitario.
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