Opinión

Refundación

Cuando un coche ha recorrido miles de kilómetros es necesario que pase una revisión. Lo mismo se diga de una máquina que lleva funcionando muchos años. Por idénticas razones las instituciones humanas –también lo son las eclesiales– tienen que someterse a un riguroso examen para corregir errores, aliviar inútiles burocracias, despojarse de las rutinas acumuladas con el paso de los años. El Sínodo de los Obispos fue reinstaurado por Pablo VI en 1965 y a lo largo de estos cincuenta y tres años se han celebrado veintisiete asambleas sinodales. Sin negarle méritos a esta institución que en su día generó tantas esperanzas es obvio que también ha causado más de una decepción justificada. De ello ha sido muy consciente Bergoglio, que poco después de su elección declaró que había llegado el momento de revisar la metodología del Sínodo por que se había quedado vieja y paralizaba su creatividad. Ya en las dos últimas asambleas dedicadas a la familia se introdujeron algunas novedades como la consulta a toda la Iglesia.

Pero el Santo Padre ha dado un paso más y con una Constitución Apostólica –el «top» legislativo en la Iglesia– ha renovado de tal modo a la venerable institución que, como dijo el Cardenal Baldisseri secretario del Sínodo, la ha «refundado». Sin entrar en detalles diré que lo básico de la reforma es transformar una Iglesia piramidal y clerical en una Iglesia sinodal en la que participan activamente todos sus componentes: el Pueblo de Dios, el episcopado y el Papa. A algunos les parecerá poco pero el tiempo demostrará que estamos ante un cambio histórico.