Opinión

El presidente encallado

Al ex presidente Rajoy se le reprochaba comunicar deficientemente y caminar entre neblinas galaicas, aunque su agenda siempre fue legible. Y a Sánchez se le podría objetar que está representando una ceremonia de la confusión, propia del teatro pánico de Fernando Arrabal, en la que no se comunica a la ciudadanía absolutamente nada entendible. Demasiados de sus ministerios no emiten ondas audibles y cuando lo hacen se desdicen en horas 24 o son corregidos por el mando de Moncloa. Pareciera que en los Consejos de Ministros (o de Ministras; que ni eso han sabido aclarar) no se hablan entre sí o debaten entre monólogos de sordos, o que estamos bajo dos gobiernos: el de las carteras y el atril, y el formado por asesores, cabezas de huevo y tanques de pensamiento esotérico, ambos de espaldas a si mismos e incapaces de ofrecer un discurso coherente y razonable al menos para una mayoría parlamentaria aún extraída con fórceps. Nunca tantos brillantes ministros han tenido tan poco peso específico en la calle.

Y no será por sus currícula o tesis, sino por el vocacional aventurerismo de quien les preside tan aficionado a transitar por carreteras secundarias desde la moción de censura al empotramiento de más techo de gasto en una enmienda sobre la formación de jueces en violencia de género para driblar la mayoría del PP en el Senado. Todo es legal, todo está escrito, pero el resultado es política de leguleyos y picapleitos. A la postre puede que este pivot del baloncesto dado al tiro libre tenga que gobernar con los Presupuestos de Rajoy, prudentes porque las crisis financieras historiadas duran diez años y tienen réplicas. Estas cosas ocurren cuando te ofreces a adelantar las elecciones y luego te empeñas en agotar una legislatura tomada por «asalto». Ya predijo Pablo Iglesias que los cielos se toman por asalto en un lenguaje neofalangista. Era run-run en círculos socialistas que la formalísima y amiga personal de Rajoy, la presidenta del Congreso, Ana Pastor, sobraba en este escenario y, según los mentideros y la propia afectada, habría sido amenazada con el descabello, cuando sólo puede ser destituida por dimisión o defunción.

Podemos va más lejos queriendo llevar al TC la decisión mayoritaria de la Mesa del Congreso de no admitir la mezcolanza del machismo con el techo de gasto. Se ha hecho y se podría hacer, no de forma tan burda. Podemos, más su alerón comunista que le está restando votos como a Joaquín Almunia en la intentona de suceder a González, aspiran a que el TC dirima el conflicto «ad calendas grecas», allá por el 2020, como el supermercado de ilusiones venezolanas que es. No es cosa de llamar imbécil al director de la obra, pero si cabe el juicio de intenciones sobre el encallamiento de Sánchez, cuya última ha sido la de pensar en los referéndums de Quebec como modelo para el inasequible al desaliento independentismo catalán.
En Cantabria los raqueros prendían fogatas en los acantilados para engañar el rumbo de los navíos, hacerlos zozobrar y apoderarse de la carga. Vaya en descargo de Sánchez que los nuevos raqueros son Podemos, nacionalistas, separatistas y hasta los utópicos que sueñan con una III República federal o cantonal.