Opinión
Bálticos
El anuncio del acuerdo entre el Vaticano y China sobre los nombramientos episcopales hecho el primer día de la visita del Papa a los tres países bálticos la oscureció informativamente. Sería un error, sin embargo, hacer depender sólo del eco mediático el éxito de la misión papal.
Lituania, Letonia y Estonia son tres países con muchos puntos en común, especialmente una historia de invasiones y ocupaciones (la zarista, la nazi y la soviética) que les privó de su independencia durante muchos años. Desde el punto de vista religioso la diferencia es enorme entre una Lituania que cuenta con casi dos millones de católicos y Estonia donde son apenas 6.000 los fieles de la iglesia romana.
Por eso una de las características dominantes de esta visita ha sido su carácter ecuménico. Francisco, por ejemplo, celebró su encuentro con los jóvenes estonios en la iglesia luterana de Tallin. En el discurso que pronunció después de visitar la antigua sede de la Gestapo y del siniestro KGB en Vilna Bergoglio destacó que la furia totalitaria persiguió y martirizó a los cristianos en general sin distinciones entre católicos, protestantes u ortodoxos; el ecumenismo de la sangre produjo entonces –como dijo– un acercamiento sin prejuicios entre todos los seguidores de Cristo que hoy se mantiene.
Las naciones bañadas por el Báltico tienen, también en común, una peligrosa vecindad con Rusia. El Papa no tocó explícitamente este delicado tema, pero advirtió contra la supremacía de un pueblo que se cree superior a los otros y con más derechos a conquistar y conservar lo conquistado por la brutal ley del más fuerte.
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