Opinión

La esfinge de Sánchez

Dómine de la comunicación contemporánea fue Churchill, quien dejó frases acuñadas para un siglo como «...sobre media Europa ha caído un telón de acero» o «...en la historia de los conflictos humanos nunca tantos debieron tanto a tan pocos». No era su tiempo de ruedas informativas, pero en el Parlamento fue un león. Dada su biografía bélica, en vez de otorgarle el Nobel de la paz le distinguieron con el de Literatura. De Gaulle no daba ruedas de Prensa sino conferencias a los periodistas (sin preguntas) alardeando del más extenso y cultista vocabulario francés. El segundo Roosevelt metió a la Prensa en la Casa Blanca para evitar las lluvias y comunicó con sus charlas radiales junto a la chimenea. También excavó una piscina cubierta para aliviar su polio. El presidente Johnson, tras el ficticio Camelot de Kennedy, se sentaba en la cama de Lincoln a charlar con la cuadrilla de la pluma. Nixon, que los odiaba, cerró la oficina de Prensa instalada en la piscina y envió a los periodistas al ala este por ni verlos. Cada cual tiene sus formas de recibir a los informadores y a Mariano Rajoy la contrapropaganda le tildó de «presidente plasma» cuando le caracterizaba su buena oralidad combinada con reserva gallega y tendencia a decir lo justo sin hacer olas en una cazuela. Por añadidura es el único presidente español que ha dejado unas pre-memorias, poco publicitadas, que esperan continuación. Pedro Sánchez se empeña en una comunicación ampulosa, de mandíbulas apretadas, que tanto sirve para anunciar la invasión de Gibraltar que para dar el parte meteorológico. Asesores formados en Estados Unidos parecen haberle convencido de que la comunicación no verbal, la gestualidad, lo es todo en política y así pisa charcos como las gafas oscuras en el avión de respeto, viajes lúdicos disfrazados de oficiales, una portavoz somnolienta que necesita clases de Rubalcaba, y barra libre a los ministros más proclives a hablar de lo que no saben. Tal es la debilísima comunicación que el ciudadano ha recibido de su prolongado viaje americano cuya utilidad sigue siendo un arcano excepto para su álbum personal de fotos. Más parece que se haya quitado de en medio una semana. Su política de pensiones no ha calmado a los jubilados que muestran su genio en las calles, se ha hurtado a la previsible algarada catalanista por el 1-O, con los últimos ministros y secretarios de Estado en la picota ha salido con que gobernará hasta 2020 y hasta Iglesias, guionista de La Moncloa, se atreve a reñirle aleccionando en ética al silente. Este presidente no da noticias de lo suyo ni en plasma. Se asemeja a la Esfinge de Giza, mero símbolo de poder con rostro humano y cuerpo de león de cuyos secretos tanto han escrito los egiptólogos. Siendo sabido que el secreto de la Esfinge reside en que no oculta ningún secreto.