Opinión

¿Brasil también?

Para un europeo vivir en Brasil exige experiencia en el manejo de la máquina del tiempo para contemplar sin alarma mental los telediarios de la Red O Globo o los excelentes «Jornal do Brasil», «La Folha de Sao Paulo» o la revista «Veja» dando la noticia al unísono de la sublevación de los indios «Carajás» ,y el subsiguiente estado de alarma del Comando de la Amazonia, y el lanzamiento al espacio del «Brasilat», primer satélite de comunicaciones brasilero. Es noticia menor en Río de Janeiro que un sargento de policía (militarizada) desvíe hasta su cuartel un autobús urbano a tope de pasajeros, forme un pelotón y dé orden de fusilarlos hasta que el tiroteo alertó al mando. Otro asunto de psicopatía preñada de «Machona», la más potente marihuana del mundo. Los sorprendentes resultados de las elecciones del domingo mueven a reflexión sobre la corrupción política, la democracia y la Justicia y la movilidad transversal de segmentos sociales incompatibles.

La ex presidenta Dilma Rousseff, marxista realista, alumna de Lula da Silva, fue destituida por un Congreso con mayoría minoritaria de corruptos imputados por maquillar la contabilidad del Estado e intentar mayor ayuda financiera. No se benefició de un mísero Real pero su manipulación fue gravísima y permanece residenciada en un palacio de Brasilia. En un sarao de jueces Lula (con 80% de aceptación en las encuestas más adversas) fue acusado de corrupción pasiva por aceptar un piso en Sao Paulo para albergar su numerosa familia, sus dedos de fresador amputado, su izquierda moderada, sus dos mandatos positivos y hasta su cáncer de laringe cumpliendo su prisión inhabilitante. De un tajo quedó descabezado el Partido de los Trabajadores sin que el candidato suplente Haddad tenga uñas de guitarrero para ganar en segunda vuelta a la ultraderecha del viejo militar Bolsonaro. En un paisaje esplendoroso solo superado por la corrupción estatal y privada, como idiosincrasia nacional, ¿son intrínsecamente corruptos Lula y Dilma? Cayeron en ella pero la demolición del PT ha abierto la puerta a una ultraderecha votada por la oligarquía, las clases medias y el lumpemproletariado de las favelas dadas al menudeo de la droga. En Brasil el racismo es sustituido por el dinero de los demás.