Opinión
Estrés postraumático
Mariano Rajoy, de quien se esperan unas memorias, está declarando que le sacaron del Gobierno la extrema izquierda y los separatistas, haciéndole la caridad a los socialistas de no incluirles en la nomenclatura. Rajoy es tan sensato que, retirado de la vida pública, no quiere bullir más este Estado de Confusión obviando la realidad de que el ego y la desbocada ambición de Pedro Sánchez provocaron una moción de censura, legal, pero innecesaria a juicio de muchos, sostenida sobre una decisión condenatoria del Tribunal Supremo a cuenta de unos feriantes adosados al Partido Popular como si la corrupción y la financiación ilegal no sombreara a todos los aparatos partidarios desde la Transición, con el PSOE a la cabeza. Tal maniobra descubre el abismo entre lo que se puede y lo que se debe hacer ya que aboca a un partido de fútbol con un guisante en el que los jugadores se patean las piernas ante un público expectante que quizá ignore que las tibias rotas son las de ellos. Hoy estaríamos enfilando la última mitad de la XII Legislatura, probablemente con demasiadas huelgas y manifestaciones entendibles ante el convencimiento de Rajoy de la necesidad de unos Presupuestos admisibles para la Unión Europea y restrictivos en el gasto. La opinión pública y la publicada tienen pérdida de memoria a corto y hemos olvidado que sin los ominosos recortes de la «era PP» hoy estaríamos en camisa y acaso intervenidos por Bruselas, como estuvo a punto de suceder. Lo que hizo Sánchez con su inédita moción de censura, en desacuerdo con los principales socialistas –más bregados que él–, fue patear el hormiguero en vez de esperar elecciones en plazo de las que habría extraído mucho rédito sin necesidad de meter al PSOE en el Callejón del Gato y sus espejos deformantes en los que Valle Inclán contempló la tragedia de España. Resulta impensable que un secretario general del PSOE, ni en las cercanías del funambulismo de Zapatero con el secesionismo catalán, tuviera que encontrar concordancias con personajes de la altura política e intelectual de un Puigdemont o un Torra, que Dios confunda aún más, o con los aprendices de brujo de la senda venezolana que no asumen su condición de marxistas-leninistas porque no marca tendencia como dirían las damiselas de barrio bien. El genuino Pablo Iglesias habría quemado su gorrilla ante esta inestable coalición secreta contra natura ya que podía pactar con la dictadura de Primo de Rivera pero nunca con los comunistas. Es una presunción malvada estimar que el actual Presidente es un malvado, un analfabeto político o un deseoso de males generalistas para los españoles, pero la conjunción de su potente ego, su sobreactuación publicitaria y las prisas que le rascan los talones, le están provocando un perceptible estrés postraumático. Gobernar no es fácil y el socialismo de bayeta que esgrime Sánchez sólo está a la altura del fascismo criollo del general Perón. En estos sus primeros y agobiantes pasos ha acumulado tal número de anécdotas propias de las películas de los hermanos Marx, desde sus viajes privados-públicos, sus pisarse sus propios pies en continuas retracciones, la precariedad de sus nombramientos, incluida su esposa, hasta el besamanos real, que mueve a la compasión por el agobiado antes que al desdén por el incompetente. Parece que La Moncloa, que es pequeña, le queda muy grande.
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