Opinión

Política subconsciente

Dirigidos por el diplomático Alberto Aza los «fontaneros» de Adolfo Suárez rectificaron cuando dijo aquello de que el catalán era un dialecto, y en otra vuelta de tuerca localizaron a Josep Tarradellas autodenominado Presidente de la Generalitat en el exilio. Le trajeron en avión hasta Moncloa y los gritos entre Suárez y el convidado se oyeron en el bosquezuelo pese a las vidrieras blindadas. A la puerta Tarradellas afirmó a la bandada periodística que la reunión había sido fructífera y total el entendimiento con el Presidente. Suárez le contemplaba incrédulo por el circuito cerrado de TV y ordenó a sus asistentes que no se despegaran de él y le volvieran a citar de inmediato. El inconsciente de Suárez le ronroneaba que el acuerdo era imposible y el de Tarradellas que el reconocimiento del autogobierno catalán era una clave de la Transición. El aristocratizante Presidente, Giscard d’Estaing, pretendía una España más debilitada, y no reconocía que nuestra democracia neonata fuera de calidad y respetuosa de los derechos del hombre.

Cuando haciendo muecas invitó a Suárez al Elyseo en el almuerzo de gala le ofrecieron la mejor selección de vinos y el recibido exigió leche, «mucha leche» sustituyendo exquisitos platos en su honor por una tortilla de dos huevos. Sus consejeros le reprocharon su falta de protocolo temiendo el enojo del francés pero aquel desprecio del subconsciente resultó útil a la postre. En las Cortes de Alfonso XIII, el duque de Maura alegó duramente contra las aspiraciones del Principado acabando con un retorcido lapsus freudiano: «No habrá autogobierno catalán jamás, jamás, jamás». Viendo levantarse crispado a Cambó, de la derecha catalanista, no le dejó hablar: «Y cuando digo jamás, estoy diciendo que por el momento». Kissinger en viaje secretísimo a Pekín se reunió con Chou en Lai, entre interpretes. El Secretario de Estado de Nixon cansado del untuoso ceremonial chino, de las grandes escupideras de porcelana a cada butacón blandón y abrió el grifo del inconsciente espetándole: «Usted habla inglés con acento de Cambridge y yo con acento alemán; ¿para qué nos interpretan?». Y logró conversar a solas. El subconsciente de Pedro Sánchez desvencijaría, por su peso, el diván del psicoanalista.