Opinión
El abrazo, la conversión de Mikel
Qué feo esto de la «conversión». Suena a motores. Pareciera que una persona se enajenase, saliese de sus goznes. He pensado cambiar el título, pero lo que le ha pasado al antropólogo vasco Mikel Azurmendi, intelectual, ex militante de ETA, es que se ha convertido lisa y llanamente al catolicismo, qué le vamos a hacer. Como creo que Mikel es muy valiente (fue el primer portavoz del Foro de Ermua y fundador de ¡Basta Ya!, sufrió amenazas terroristas y dos intentos de atentado) no creo que una o dos cejas levantadas puedan hacerle mella.
Hoy se presenta en la Fundación Pablo VI de Madrid el libro «El Abrazo», de la editorial Almuzara, en el que Azurmendi cuenta el extravagante ejercicio que lo llevó a someter a «investigación sociológica» a un grupo, el movimiento católico de Comunión y Liberación. En medio de una ciudadanía «permanentemente insatisfecha en lo material», instalada en la queja y la sensación de agravio, detectó la presencia de una «tribu» de personas esperanzadas. Familias para las que era posible vivir entregadas al gozo de darse sin esperar nada a cambio, fuera de las normas del cálculo coste/beneficio. Constató que «esa conducta producía perdurable alegría existencial y mucha certeza».
Me sorprende este señor de setenta y tantos que, tras una vida enseñando Filosofía de las Religiones, sin detenerse jamás en el cristianismo –interesante constatación sobre las facultades europeas–, se ha arriesgado a confrontarse con una comunidad cuyo modo de vida (ethos) es distinto. Leer «El Abrazo» es muy refrescante porque contiene la sorpresa del inicio, la mirada que Juan y Andrés tuvieron sobre Jesús. Azurmendi escribe desde la increencia y eso le permite no dar nada por supuesto. Durante dos años se ha enredado en campamentos, casas de acogida, colegios o grupos dedicados a atender a mendigos y drogadictos. En torno a estas experiencias va describiendo rasgos humanos que encuentra «diferentes». La unidad de vida, por ejemplo, de personas que en todas las circunstancias –gozos, penas, aciertos y errores– «siguen siendo los mismos, sin necesidad de interpretar rol alguno». O la constatación de que «el otro siempre es un bien». Azurmendi reconoce que estas personas no posponen al cielo su relación con Dios. Tampoco la reducen a un pensamiento. Es más bien como si hiciesen sitio entre ellos a un tal Jesús y se beneficiasen de su presencia. Al cabo de tan arriesgado experimento se siente «envidioso» de la forma de vida que ha descrito y empieza a manosear una hipótesis: ¿Y si?
Les dejo el placer de leer este libro escrito en un castellano hermoso. Mikel Azurmendi ha descrito el método de la evangelización: un hombre capaz de mirar y un acontecimiento que ver.
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