Opinión
De bueyes perdidos
En la inmensidad de la Pampa húmeda el horizonte tiene 360º y sufres el vértigo horizontal creyendo que donde termina la vista se abre el abismo que te abducirá fuera del útero de la Vía Láctea. La yerba se posa sobre metro y medio de humus, no hay piedra ni arbolado: acaso un gigantesco ombú de poderosas raíces aéreas, que es un arbusto. Si dos solitarios gauchos se atisban, descabalgan, hunden el facón en la tierra por sujetar las riendas y, desconociéndose, nunca hablan de sus chinas (del quéchua chinaw: mujer) sino de bueyes perdidos, de aquel que fue perseguido semanas siempre hacia el amanecer único rumbo del semoviente. En 1985 la voluntad política mudó el criterio constitucional sobre elección de jueces y Alfonso Guerra pudo certificar la muerte de Montesquieu. Caer ahora en la dañada independencia del Poder Judicial es conversar sobre un buey perdido. Que el Congreso, con más jabalíes que tenores, derive en reyertas tabernarias es más banal chau-chau sobre bueyes perdidos. Al lector avisado le sonaran las elecciones andaluzas como el anuncio repetitivo de un advenimiento que nunca se alumbra.
Ni los comicios catalanes o vascos suscitan la expectación del voto andaluz, granero del PSOE, subrayándose el apotegma de Grámsci: «Crisis es cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no termina de nacer». Diálogo de gauchos. Si a Companys le indultó el Frente Popular ¿por qué hurtar la gracia a los sediciosos de hoy? Si al presidente, aspirante no a electo sino a «influencer», le valen Presupuestos virtuales, pues, carretera y manta. Si a los comunistas mutantes de Podemos les hace abolir las dos amnistías de la Transición (que fueron para todos), no exhumaran a Suárez pero sí borrarán su apellido adosado a Barajas. Hablar de bueyes perdidos lo soporta todo. En la cotidianeidad política de los españoles comienza a apuntar el vértigo horizontal en esta precuela en la que resucitan rojos y fascistas. Del psiquiatra Luis Martín-Santos, prematuramente muerto al atravesar su doble tragedia, se aseguraba que sería líder del PSOE , y escribió «Tiempo de silencio» sobre la espesura del Madrid franquista ignorando que colocaba un espejo, a lo Sthendal, sobre este Madrid democrático poblado de bueyes perdidos.
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