Opinión

Alena Gros

Tendemos a confundir quién merece el protagonismo. Mientras todo un país andaba enfangado en si en el Congreso de los Diputados (ese lugar donde los políticos deberían estar aprobando leyes o arreglando las que hicieron en su día y siguen abochornándonos) se había lanzado un escupitajo, un bufido o se habían llamado fascistas y golpistas las veces suficientes para corroborar que el patio del recreo de cualquier colegio es más digno que el hemiciclo, obviábamos lo más importante, no ya del día, sino puede que del siglo. El pasado miércoles supimos que una investigadora española, Alena Gros, lleva dos años trabajando y dirigiendo el grupo de Inmunoterapia e Inmunología de Tumores del Vall d’Hebron Instituto de Oncología, para que podamos beneficiarnos en España de la terapia contra el cáncer responsable de la curación de Judy Perkins, una enferma de un cáncer metastásico a quien dieron tres meses de vida.

Es un proceso lento, el ensayo clínico no podrá iniciarse hasta el 2020, entre otras cosas porque quienes deberían hacer que Gros y su reducido equipo contara con los medios necesarios, están insultándose, escupiéndose, montando circos mediáticos, exigiendo disculpas y capitalizando titulares. Hace nueve años, Alena terminó su doctorado y decidió trasladarse a los EE UU para trabajar con el científico Steve Rosenberg en el National Cancer Institute. Su elección, a cargo del propio Rosenberg, es mucho más difícil que ser elegido representante en Cortes. Éste último puede llegar a cobrar más de 7.000 euros mensuales; mejor no les cuento el sueldo de Gros. Dentro de unos años, el nombre de Alena Gros se recordará. Dudo que se recuerden otros que hoy acaparan titulares.