Opinión

Drogas, sexo y alcohol

Estas son las tres adicciones más frecuentes en el mundo moderno. Para estudiarlas el Vaticano ha organizado un congreso internacional que ha tenido lugar en Roma la semana pasada. Parodiando el chiste del cura vasco que en su homilía sobre el pecado se declaró «no partidario» podríamos decir que los 456 expertos de 63 países que han participado en los debates han coincidido en señalar la peligrosidad social de estas dependencias. No son las únicas porque también se han señalado otras patologías como los juegos de azar, la ludopatía, el abuso de internet y las redes sociales, la frecuentación de la pornografía y la «normalización» del consumo de opiáceos de todo tipo. Médicos, psicólogos, sociólogos y terapeutas han estado de acuerdo en que nos encontramos ante un panorama patológico de vastísimas proporciones. Según un informe del «World Drug Report 2017» se estima que doscientos cincuenta millones de personas –es decir el cinco por ciento de la población adulta mundial– ha hecho uso de drogas en el 2015 y la cifra no cesa de aumentar. Basta repasar las páginas de los periódicos para constatar los efectos devastadores de esta plaga. Pero curiosamente –se ha destacado en el congreso– este panorama es contemplado con indiferencia y, podríamos decir incluso, con una cierta complicidad por amplios sectores de la sociedad de modo que los gobiernos y las organizaciones internacionales parecen bloqueados a la hora de decretar medidas contra este flagelo ético y humanitario. Dejan así el campo abierto a las organizaciones criminales que fomentan esas peligrosas adicciones para enriquecerse. La Iglesia no puede considerarse ajena a estas esclavitudes. Este es precisamente el título del organismo vaticano que ha organizado el congreso.