
Opinión
Miento, pero yo también estuve allí
Miento, pero lo admito y no me importa. Mi mendacidad, además, es inocua, visto lo visto. Miento, porque en puridad no estuve allí y tampoco pude votar –la mayoría de edad era 21 años– el 6 de diciembre de 1978, cuando una abrumadora mayoría de españoles aprobó la Constitución que ha dado más prosperidad y estabilidad a España en toda su historia. Iglesias, Rufián, Otegui, Puigdemont, Junqueras, Torra y también Abascal pueden desbarrar, pero la realidad es tozuda. Nunca los españoles han vivido mejor –y con más libertades–y también más.
Miento, pero no me importa y desprecio la postverdad triunfante, que solo acepta los datos si coinciden con nuestras intenciones. Miento, porque mi peripecia personal un 6 de diciembre de hace 40 años es intrascendente. Sin embargo, estuve allí, por ejemplo, como periodista becario, en el Senado, en el debate del texto constitucional. Mi único mérito fue estar en el sitio adecuado en el momento preciso. Nada más. Aquel azar, sin embargo, me permite recordar una bronca tremenda en la Cámara Alta cuando, por un error de los miembros de la Ponencia Constitucional –con Camilo José Cela y Antonio Pedrol Rius, decano del Colegio de Abogados, de protagonistas–, se aprobó una vía de integración, casi automática, de Navarra en el País Vasco. Todo fue una confusión en una sesión parlamentaria espesa y en la que Jaime Ignacio del Burgo alertó sobre el dislate. Yo, que era becario en la agencia Europa Press, me había colado en el Senado con la acreditación de otro compañero. Me descubrieron y, en pleno lío parlamentario, acabé en la Comisaría de la Cámara Alta hasta que Jesús María Zuloaga, ya entonces cronista parlamentario reputado de la misma agencia, me rescató. Luego, todos –senadores, periodistas y también los policías de aquella Comisaría– almorzamos juntos y el senador y presidente del PNV, Juan Ajuriaguerra, fallecido días antes de votarse la Constitución, hizo un espectacular canto a Europa. Luego, el «zorro plateado» de UCD, José Pedro Pérez Llorca, ariete del Gobierno de Suárez, desembarcó en el Senado y enderezó lo que quedó en un traspiés parlamentario. Tensión justa y ningún problema en tiempos en los que era posible rectificar un error. La inmensa mayoría de españoles deseaba una Constitución para todos. Y, digan lo que digan, ha sido y es el mayor éxito democrático de España en siglos. Lo sé, porque estuve allí para certificar que lo importante era alcanzar un acuerdo, aunque hubiera que ceder.
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