
Tribuna
Carta surrealista al fantasma de Frida Kahlo
¿Fuiste una médium, querida? ¿Una visionaria como Leonora Carrington o Remedios Varo, que también retrataron escenas y mundos que no parecían el nuestro?

Querida, lejana y admirada Frida: siento interrumpir tu descanso eterno con esta comprobación rutinaria, pero ya no sé qué otra cosa hacer que dirigirme a ti a través de este medio. Tu legado no responde a lo que quiero preguntarte, y me temo que tampoco ayuda la fridamanía que lleva décadas recorriendo el planeta y que te ha convertido en uno de los iconos más reconocibles del feminismo. Lo que me consume, en realidad, es saber qué te parecen las historias que se cuentan en tu querida Casa Azul de Coyoacán, la que te construyó tu padre y en la que viviste hasta el último de tus días. Nosotros, a este lado del velo de la muerte –o de la vida, según se mire–, acabamos de superar una pandemia que nos tuvo meses encerrados. De hecho, fue justo en ese tiempo, a finales de 2020, cuando supe del extraño rumor de que te estabas apareciendo en tu antigua vivienda. Ya ves. Solo por eso te molesto. Los titulares de algunos periódicos hablaron entonces de que «el fantasma de Frida» –sí, sí, eso decían– estaba moviendo los corsés que abandonaste al morirte en 1954, y afirmaban incluso que las huellas de tus pies surgían húmedas de los baldosines de la antigua cocina, alertando a las personas que hoy se ocupan de ella.
Al principio no creí esos cuentos, pero los archivé. Tengo una carpeta llena de historias de apariciones extrañas en museos y galerías de todo el mundo. Esos recortes son casi un género periodístico propio. Y si ahora me decido a escribirte es para que me aclares la cuestión… aunque mira que me extraña. He leído tus diarios escritos con esa caligrafía irregular, de niña pequeña, y me ha conmovido especialmente la última de tus notas, trémula por culpa de tus dolores, con tu columna vertebral partida en tres y la polio que te iba devorando: «Espero alegre la salida y espero no volver jamás», escribiste intuyendo tu muerte. Entonces, ¿cómo es que ahora vuelves?
Porque, vamos a ver, ¿tú no eras comunista? ¿No viviste rodeada de ellos, con tu propagandístico marido Diego Rivera al lado, frecuentando amistades como Trotski? Los comunistas no creéis en estas cosas del más allá. ¿O tú sí? Me tienes desconcertado, la verdad. Cuando André Breton visitó México porque lo consideraba el país más surrealista imaginable, se acercó a vuestra casa y te reconoció como una artista de talento. Seguramente vio tu impresionante autorretrato Las dos Fridas, en el que ya se intuía tu obsesión por separarte de la mujer eternamente convaleciente que fuiste. Él percibió en esa tabla tu naturaleza dual; esa suerte de alma chamánica capaz de proyectarse fuera del cuerpo-prisión que la encerraba. También debió admirar El venado herido, la pinturita en la que te retrataste como un ciervo atravesado por flechas; como un trasunto teriantrópico de san Sebastián, como si fueras el último eco de esas pinturas rupestres mitad animal, mitad humano, que nadie ha evocado en mucho tiempo. Sin embargo, tú le sacaste de su error. Le dijiste que no eras una genio del surrealismo, sino que te limitabas a pintar lo que veías de verdad.
¿Fuiste una médium, querida? ¿Una visionaria como Leonora Carrington o Remedios Varo, que también retrataron escenas y mundos que no parecían el nuestro? Y de no serlo, ¿por qué bocetaste entonces, en tus diarios, escenas llenas de «espíritus», como esa sobre la que escribiste «aquí están los fantasmones siniestros» y que hace solo tres años un empresario excéntrico convirtió en NFTs para venderla por piezas digitales, antes de quemarla durante una especie de rito mágico en Miami? ¿Es que tú veías a esos fantasmones y ahora has decidido imitarlos?
No sé, Frida. Me cuesta creer que, con lo que sufriste en vida, haya algo aquí que te invite a volver. Tu Casa Azul, convertida en uno de los museos más encantadores de México, todavía guarda un altarcito en los jardines, lleno de los ídolos prehispánicos que Diego y tú comprasteis a los huaqueros, y que apilabais como en una ofrenda impropia de dos materialistas declarados como vosotros. Pero, claro, erais mexicanos y en tu tierra llaman «realismo mágico» a esa visión del mundo en la que los extremos se tocan y conviven.
Lo confieso. He estado vigilando tu casa desde 2020 con discreción. Incluso me he tomado la libertad de escribir sobre ella en mi novela más reciente, El plan maestro, desenmascarando al que creo yo que es el fantasma que se ha dejado ver por ahí. Lo han confundido contigo, pero no puedes ser tú. Quizá se inventaran la historia de tu regreso para atraer gente a un museo que, tras la pandemia, necesitaba reactivarse. Aunque, en realidad, lo que intuyo es bien diferente: no son raros los museos en los que, quizá por la presencia de ciertos objetos cargados de viejos fervores, pasan cosas raras. Yo creo que algunas cosas tienen alma, aunque no pueda demostrarlo. Y en esa Casa Azul tuya hay reliquias que podrían justificar la presencia de una dama espectral. Sea como fuere, hasta la propia directora de la colección –que ni desmiente ni confirma los hechos–, ha asegurado que no hay nada intimidatorio en tus antiguas habitaciones. Yo no estoy tan seguro. Tu casa me pone los pelos de punta… y necesito confirmar si es por tu culpa o no. ¿Lo es? ¿Has vuelto? Y si no eres tú, ¿quién está ahí? Por favor, responde.
Javier Sierraes premio Planeta de novela. En breve viajará a México para presentar «El plan maestro».
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