
Apuntes
¿Ciberataque? Va a ser que no, señor presidente
Hasta el propio Óscar Puente venía denunciando los problemas de tensión por exceso de renovables
La ministra Sara Aagesen está muy preocupada por los señalamientos a las energías renovables, algo que le parece simplista y contraproducente. El problema es que nadie está culpando a las renovables del gran apagón, se responsabiliza a los gestores de la red –esa «empresa privada», como dice Sánchez, que tiene una presidenta y a la mitad del Consejo de Administración en la órbita del PSOE–, que no han hecho lo que tenían que hacer para que la transición verde y el proceso de descarbonización no acabara con los ciudadanos rebuscando en los bolsillos de los abrigos unas monedas olvidadas con las que pagar los parquímetros de Almeida, que seguían poniendo sanciones como descosidos. En esta semana ha habido más que suficiente información sobre las carencias de un proceso de cambio energético acelerado, a base de unas fuentes de generación, la solar y la eólica, que por sus características necesitan tecnologías apenas desarrolladas para dar estabilidad al sistema eléctrico ibérico –a mí me pilló el apagón en Portugal–, por no hablar de la más que probable incompetencia de quienes no supieron ver las señales de aviso de lo que se iba a producir, no sólo las que se dieron unas horas antes del incidente final, sino las que se venían denunciando desde hacía días, entre otros, por el ministro de Transportes Óscar Puente, al que no hacían más que parársele los trenes por las subidas de tensión en las catenarias, justo con los picos de producción de energía solar o eólica. Por supuesto, ahora el ministro Puente no se acuerda de esas cosas y le echa la culpa a Núñez Feijóo, de quien dice que está al servicio de las Eléctricas, esas empresas que operan uno de los sectores industriales más regulados e intervenidos gubernamentalmente, crujidas a impuestos –el 71 por ciento de los costes de producción en el caso de las nucleares– y bajo una estrategia basada en las creencias pseudorreligiosas de la exvicepresidenta Teresa Ribera, hoy, cómodamente colocada en la Comisión Europea –treinta mil euros al mes os contemplan– y contemporizando con la energía atómica, que una cosa es metérsela doblada a los españoles y otra muy distinta disgustar a Macron. En fin, que planificar el futuro energético de España desde las filias y fobias a determinadas fuentes de energía es muy sanchista, por lo de las filias y fobias, pero muy poco práctico. Lo estamos viendo en Alemania, donde tras el cierre de las centrales nucleares han tenido que volver al carbón, que echa emisiones de CO₂ a la atmósfera a tutiplén y, en estos momentos, genera más de un tercio de su electricidad a partir de centrales eléctricas de lignitos, según la oficina federal de estadística germana, y subiendo. Pero claro, en la España de Sánchez, la realidad no suele ser un elemento de análisis especialmente valorado. Se va más a lo esotérico, a la búsqueda de la maldad en los otros, que son todos los que no inclinan la testa cuando pasa el líder máximo. Así que, o lo del apagón ha sido un ciberataque o nos vamos a enterar, que el jefe no se anda con chiquitas y no está dispuesto a que nadie se chotee de la bondad intrínseca de su gestión de gobierno, el mejor y más chuli –en expresión feliz de la vicepresidenta Yolanda– de los gobiernos que ha tenido España desde, al menos, el conde-duque de Olivares, ese que traía de cabeza a los ingleses, los franceses y los holandeses, todos a la vez.
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