Opinión

El hombre del candil

Recurrir a los clásicos para entender el presente evidencia que el hombre sigue moviéndose por los mismos instintos y entre las mismas tinieblas. Andamos como el filósofo griego Diógenes de Sinope, Diógenes el cínico, vagando por las calles de Atenas con un candil encendido, buscando hombres honrados sin ningún resultado, ya en el 400 a.C.

Hace horas supimos que una periodista de la cadena CNN fabricó evidencias para acusar al actor Morgan Freeman de abuso sexual, en plena oleada de denuncias del movimiento #MeToo. Él defendió su inocencia pero el ruido mediático no permitió escucharle, mucho menos creerle. Ahora, gracias a un artículo de Red Ética de la Fundación García Márquez lo sabemos, pero el daño ya está hecho y es complicado restablecer la honra, esa shakesperiana atribución vana que suele ganarse sin mérito y perderse sin motivo. Como sucede con la maldad, la honradez no es intrínseca a una profesión, a un género, a una raza o a una nacionalidad. Contaba Ryszard Kapuscinski en su magnífico libro «Los cínicos no sirven para este oficio», que una mala persona no puede ser un buen periodista. En España también tenemos periodistas que abrazan la injuria y, lo que es peor, la calumnia, publicando informaciones falsas a sabiendas, y escondiendo su falta de profesionalidad en una prefabricada libertad de expresión, un término tan manipulado y tergiversado que llegará un día en el que no diga nada. Es inmoral y hasta pornográfico manchar la reputación de una persona con una acusación falsa preñada de algún interés. Hoy, el ciudadano es el verdadero hombre del candil que busca la verdad, no la que le cuentan, sino la que es. Demasiadas sombras para tan poca luz.