Opinión
Tiempo de duelos
Cuando alguien necesita reivindicarse y decide hacerlo de la manera más irracional, es que tiene poco que reclamar. No sé cómo ha pasado ni por qué pero los duelos, tan característicos de épocas anteriores, han regresado a nuestras vidas y de la peor manera posible, si es que hay alguna buena. La necesidad de un enfrentamiento visceral para argumentar y reclamar una identidad es una constante. La cosa llega al absurdo de hacer quedadas para zurrarse. Los hooligans de algunos equipos de futbol se baten en duelo programando peleas para darse de palos, reventarse la cabeza y, si que hay que matarse, se matan, sin reprimirse. Y en el colmo de la incoherencia, en algunas de estas quedadas de hostias por doquier, cuando acaban de empalizarse, se dan la mano, como si hubiera alguna dignidad que sellar.
Los duelos también han imbuido a los grafiteros de Madrid y Barcelona para ver quién es el cafre que garabatea –el grafiti es un arte que escudado en el vandalismo se convierte en simples pintadas– más vagones de metro.
Vivimos un tiempo en el que para destacar hay que ir contra alguien o algo. Hay que tener un enemigo enfrente para insultarle, mofarse de él, destrozarle y hundirle. Por eso ha asombrado que un diputado de Podemos despida con educación y buenas palabras a otro del Partido Popular en su marcha del Congreso de los Diputados. Tanto ha desnortado, que ha sido noticia en todos los medios por inaudito. Lejos de tener algo que ver con el espíritu navideño, es un termómetro de la realidad que no debería dejarnos fríos, sino helados.
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