Opinión

No será la última

A Laura la mató, supuestamente, un individuo que estaba en libertad a pesar de su perfil de asesino violador, no se me ocurre peor noticia. Falleció de un fuerte golpe en la cabeza, y ahora nos queda conocer oficialmente si también sufrió una agresión sexual, blanco y en botella. No me quiero imaginar en este trance a sus padres, ya para siempre en pesadilla crónica. Imposible no solidarizarme con el novio de Laura, que supo de las miradas inquietantes que le lanzaba a su chica el vecino de enfrente, Bernardo Montoya, el ahora detenido. Vaya por delante mi abrazo a los suyos: solo queda esperar que se haga justicia con el criminal que les arrebató a su chica.

Esta tragedia, inevitablemente, nos recuerda a otras vidas de mujeres truncadas para siempre por culpa de enfermos psicópatas que antes habían violado. La sensación de desprotección y miedo se nos multiplica por mil y la pérdida se nos convierte en otro duelo, en pura impotencia, en el #TodasSomosLaura como grito colectivo de una sociedad frustrada.

¿Cuántas leyes tienen que modificarse para que individuos como Bernardo Montoya no puedan reincidir? Yo no creo, a estas alturas, en la conversión del violador no castrado químicamente. Llámame políticamente incorrecta, sé de lo que hablo. Lo que sí ignoro es por qué este sujeto, dos meses después de abandonar una prisión por matar a otra mujer, vivía sin vigilancia. Tampoco entiendo por qué los ciudadanos no tenemos acceso al listado de depredadores sexuales de este país. ¿Por qué no surten tanto efecto nuestras leyes para evitar la violencia de género? ¿Por qué crecen las agresiones sexuales entre menores, a pesar de tanta concienciación? El asesino de Laura creció, seguro, en un ecosistema machista y violento. Ahora le ha tocado a ella, pero tú y yo sabemos que no será la última.