Opinión

El belén de Don Matías

Mientras ponía el belén, como cada Navidad, en la entrada de la casa, me ha venido a la cabeza el belén de don Matías, vasco y hombre de buen gusto, que era el cura de Sarnago cuando yo alcancé el uso de razón y llegué a monaguillo. Era el único belén del pueblo. Don Matías lo colocaba en el pórtico de la iglesia, ahora, ay, derruida. Los niños colaborábamos con entusiasmo. Buscábamos el musgo en las herrañes del barranco y ayudábamos a trazar encima los caminos de serrín, que traíamos de la carpintería. El río de cristales rotos, con el pequeño puente de madera, lo colocaba él. El Niño reposaba sobre paja de bálago y a mí me impresionaba el buey porque en Sarnago no había bueyes entonces. Después, ateridos de frío, don Matías nos obsequiaba con una tableta blanda de turrón, repartida en trocitos, que, en aquellos años de penuria, era el primero y único que probábamos, aparte de unas barritas de guirlache y, con suerte, algún mazapán de Rincón de Soto, porque el dueño de la fábrica había pasado la mili con el tío Sotero y la guerra los había hecho amigos para siempre.

Recuerdo la Navidad con nieve y con gruesos carámbanos en los aleros de las casas y de los pajares. Sarnago era lo más parecido a un belén viviente. Las ovejas permanecían encerradas en la majada, en los bajos de la casa, y más de una noche, a la luz del candil, veíamos nacer allí a los tiernos caloyos. Fuera, como digo, nevaba casi con toda seguridad. En la plaza los mozos acometían el triscado o baile de los pastores, y en la calle del barrio de arriba y del barrio de abajo sonaban almireces y zambombas pidiendo el aguinaldo. A las doce de la noche, en la misa del gallo, con la iglesia congelada, apenas iluminada por las velas del altar, envueltos en la penumbra y en nubes de incienso, los pastores, vestidos con sus zamarras, acudían, en fila, en el ofertorio a besar al Niño y le ofrecían lo que tenían: pan, queso y miel y un cantarillo de leche recién ordeñada. Todo el pueblo cantaba entonces el villancico tradicional, siempre el mismo: «Pastores venid /, pastores llegad / a adorar al Niño, / que ha nacido ya». Revestido de monaguillo, con sotanilla y roquete, ayudaba yo a misa a don Matías y pensaba que los ángeles no podían andar muy lejos porque no iban a dejar solos a los pastores esa noche.