Opinión

Humor

Antaño, por humor se entendía el líquido del cuerpo de un animal, ser humano o planta. El humor circulaba por el interior de cada organismo, dotándolo de vitalidad. Era la savia esencial, el carburante natural de todo aquello que poseía aliento mortal. Más que la sangre, el humor era la vida misma. En la época contemporánea, hablar de humor es hacerlo sobre otra acepción de la palabra: la que alude al lado cómico de las cosas. A través del humor también se hace crítica social, resaltando la parte ridícula de algo. El humor es una perspectiva original que permite observar desde otro ángulo. Una manera enriquecedora de afrontar la existencia, individual y colectiva. Además de una forma de alivio frente a la opresión de los poderosos, que desde la antigüedad han sido ridiculizados mediante dibujos o pintadas obscenas. Hasta hace poco, los chistes y bromas «de mal gusto» eran... de gusto mayoritario. Nadie se resistía a reírse de la fealdad, idiotez, defecto físico, minusvalía... de los demás. Claro. Por aquello de que vemos la paja en el ojo del prójimo y nunca la viga en el nuestro.

La sociedad, masivamente, aceptaba reírse del débil y el desgraciado, como se había venido haciendo con total naturalidad desde el origen de los tiempos. La risa que provoca una caída, por ejemplo, todavía guarda ese germen de crueldad que conlleva la siniestra y franca carcajada ante el mal ajeno. La irrupción de lo políticamente correcto, si tuvo algo positivo, fue precisamente intentar poner fin a esa lacra de lo ofensivo camuflado de humor. Porque, con la excusa del humor, bajo el escudo sagrado del humor, se practicaba activamente la ofensa, o sea: la agresión. El siglo XXI comenzó con el brutal atentado terrorista del 11-S en Nueva York, entre cuyas consecuencias más sorprendentes estuvo la cancelación de programas y secciones cómicas en periódicos y televisión. Desde entonces, reírse es complicado en Occidente. La seriedad, la solemnidad, se apropiaron de la vida social, y se discute bizantinamente sobre libertad de expresión y «límites al humor». Aunque están claros: esas fronteras las marca la moral, y la intención de herir. Todo lo demás, debería ser simple humor, o sea: un impulso necesario que, como los humores de antes, nos siga dando vida.