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Opinión
La eterna espera
La espera es un zarpazo crónico, lacerante y devastador en la moral de una persona. La impotencia que arrastra esa prórroga impuesta por la vida zarandea la cordura, lastra la paciencia y arrasa con el optimismo necesario para abrazar la esperanza con la fuerza que induce la desesperación, aunque a veces se tenga la sensación de que no se abarca lo suficiente. Ese abrazo mental requiere de aguante y de calma pero son variables tan ineludibles como difíciles de mantener. Nadie puede figurarse lo que están padeciendo los padres de Julen porque la imaginación no da para tanto. Podemos solidarizarnos con ellos, comulgar con su dolor, pero jamás nos acercaremos a su angustia a no ser que hayamos pasado por el mismo trance, y ni siquiera eso lo garantiza ya que cada uno gestiona la adversidad a su manera. Por eso, cuando alguien que ha vivido algo parecido acude para estar con los padres, hablarles, mirarles, aconsejarles y consolarles, uno desde fuera se siente reconfortado. Ellos saben lo que es aplazar la vida, entienden que la espera es tiempo perdido y arrebatado a la vida.
Conocen esa sensación de estar conteniendo el aliento y que nadie pueda respirar por ellos. El sufrimiento, como la pérdida y el dolor, une más de lo que pensamos; las heridas cicatrizan mejor cuando se conocen en piel propia y se tratan sobre el terreno. Pero también saben que la espera es salvadora, aquellas palabras redentoras de Séneca: todo lo puede esperar el hombre mientras vive. La esperanza es el acicate perfecto para el que espera la llegada de un desenlace incierto.
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