Opinión
Bienvenidos a la Guerra Fría 2.0
Si faltaba una prueba concluyente de que sobre el mundo se abate ya una nueva Guerra Fría, esa evidencia llegaba este mismo mes de febrero cuando Estados Unidos y Rusia anunciaban, casi al unísono, que se retiraban de un importantísimo tratado de control y destrucción de armas convencionales y atómicas que llevaba en vigor más de 30 años.
El Tratado de Misiles de Alcance Intermedio (INF, según sus siglas en inglés) fue un acuerdo firmado el 8 de diciembre de 1987 por el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, y el secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), Mijaíl Gorbachov, en Washington durante el transcurso de una histórica cumbre bilateral.
El pacto se negoció como
resultado de la decisión adoptada en 1979 por la OTAN de desplegar en Europa
misiles balísticos de alcance medio y de crucero como respuesta al
emplazamiento por parte de la URSS de proyectiles de similares características.
El Tratado prohibía el desarrollo y despliegue de misiles cuyo radio de acción estuviera situado entre los 500 y los 5.500 kilómetros, dotados con armas nucleares o convencionales; también ordenaba la destrucción de todos los sistemas de misiles de ese tipo existentes siempre que estuvieran basados en tierra, es decir, no regulaba aquellos transportados por aviones, barcos o submarinos.
El INF fue uno de los pilares de la distensión entre las dos superpotencias enemigas, el primer acuerdo de control de armas nucleares que redujo los arsenales atómicos más que establecer techos que no podían ser sobrepasados. Eso supuso la eliminación en mayo de 1991 de 846 sistemas de misiles de alcance medio de EEUU y de 1.846 sistemas de la URSS, incluyendo los eficaces misiles norteamericanos Pershing II y los terroríficos SS-20 soviéticos.
El Tratado tenía una “duración ilimitada”. Sin embargo, el artículo 15 también recoge el derecho de ambas partes a retirarse de él si cada país decide que “acontecimientos extraordinarios” relacionados con la materia objeto del Tratado “han puesto en peligro sus intereses supremos”. La notificación debe hacerse con seis meses de antelación. Eso quiere decir que el INF se convertirá en papel mojado en agosto próximo.
El 20 de octubre de 2018, el presidente Donald Trump anunciaba que se retiraban del INF, y aludía al incumplimiento de Rusia como factor clave para tomar esa decisión. Washington suspendía su participación en el Tratado y presentaba el aviso oficial de retirada el 2 de febrero. Moscú respondía el mismo día con idéntica medida. Las acusaciones de violación fueron mutuas.
Desde 2014 el Departamento de Estado de EEUU ha venido declarando que la Federación de Rusia está incumpliendo las obligaciones contraídas por el INF. Washington apunta al misil Novator 9M729 (SSC-8 en la terminología de la OTAN), que los rusos presentaron en sociedad en enero de este año. El Kremlin, por su parte, denuncia que los norteamericanos no han respetado lo pactado cuando desplegaron en Rumania, en mayo de 2016, sistemas de lanzamiento de misiles MK-41. En 2020 se montarán en Polonia. El Pentágono sostiene que sirven para defenderse de ataques de Irán o de grupos terroristas como Al Qaeda. Rusia no se cree ese argumento.
La OTAN, a través del Consejo de Atlántico Norte —el principal órgano de decisión política de la organización— se alineó con su socio más importante. Manifestó que Moscú no había dado “pasos demostrables de regresar a un cumplimiento completo y verificable” y que “Rusia será la única responsable del fin del Tratado”.
Los rusos denunciaron que todo
eran “mentiras” para “distorsionar la realidad”. El propio viceministro de
Asuntos Exteriores, Serguei Ryabkov, señaló que habían explicado a los
estadounidenses los detalles técnicos del misil de la controversia y que éste
cubría un radio inferior a 480 kilómetros, es decir, estaba dentro de los
límites de alcance marcados por el INF.
El Gobierno dirigido por Vladimir Putin considera que el Novator 9M729 no es más un pretexto del Pentágono para poder tener las manos libres en el Pacífico en su lucha hegemónica contra China, que cuenta con una importante cantidad de misiles de alcance intermedio y no está obligada por la letra del Tratado a reducir su número o destruirlos.
¿Qué supone, por tanto, la muerte
del INF?
En primer lugar, EEUU y Rusia podrán emplazar, sin restricciones, misiles de alcance intermedio, lo que planteará problemas de seguridad muy graves no sólo para el Viejo Continente sino para el mundo entero. Vuelve el fantasma de una guerra nuclear limitada a Europa. Las “opciones nucleares limitadas” fueron una estrategia militar desarrollada en plena Guerra Fría para evitar el Armagedón atómico —la apocalíptica Destrucción Mutua Asegurada— y permitir a los generales apuntar sus misiles a las instalaciones militares enemigas y no a las ciudades enemigas, es decir, usar bombas atómicas pequeñas (tácticas) en una región concreta —Europa— y no en el territorio del adversario. Al suprimir el INF, damos marcha atrás en el reloj de la Historia. Recuperamos escenarios y tensiones que parecían desechadas y enterradas. Regresamos a la década de 1970. Entramos en la Guerra Fría 2.0. Otra consecuencia será la inevitable aceleración de la carrera armamentística, lo que desencadenará perniciosos efectos sociopolíticos a escala global. Ya hay demasiados artefactos atómicos en el planeta: nada menos que 14.485 cabezas nucleares, según los últimos datos de la Federación de Científicos Americanos (actualizados a mediados de 2018. El 93% de todas ellas pertenece a rusos y estadounidenses, entre armas estratégicas y no estratégicas desplegadas, no desplegadas y almacenadas en arsenales.
Cabezas nucleares
País | Estratégicas Desplegadas | No estratégicas Desplegadas | No desplegadas En reserva | Arsenal Militar | Total |
Rusia | 1.600 | 0 | 2.750 | 4.350 | 6.850 |
EEUU | 1.600 | 150 | 2.050 | 3.800 | 6.450 |
Esas
150 cabezas nucleares no estratégicas desplegadas por EEUU son otras tantas
bombas B61 repartidas por seis bases de cinco países (Bélgica, Alemania,
Italia, Holanda y Turquía). Las B61 pesan 320 kilos y tienen entre 0,3 y 340
kilotones de potencia destructora (a modo de comparación, en Hiroshima se
emplearon 13 kilotones). Son muy versátiles: fueron diseñadas para ser
desplegadas por un amplio número de aviones de la Fuerza Aérea de EEUU, desde
el F-15 Eagle hasta el B1-B Lancer.
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