Opinión

Lagerfeld

La camiseta de Cañamero declarando su adhesión a Maduro; la marcha de Villalobos de la política siguiendo la estela de Soraya, Cospedal y por ahí; el ínfimo 0,2 de adoctrinamiento que declara Celaá en los libros de texto de los pequeños bachilleres; el mensaje del Rey a Torra y los golpistas; el ridículo libro de Sánchez; el romance de Rivera y Malú; el salto de Arrimadas a Madrid; la huelga general en Cataluña; el fracaso de Carmena en materia de urbanismo y movilidad; el ordinarísimo gesto del Cholo tocándose la bragueta a dos manos. Todos son temas a desarrollar en este «cuartel emocional», pero dan pereza, están demasiado sobados ya a estas alturas de la semana, como sobado también está el fallecimiento de Lagerfeld, pero es más chic por la calidad y los recursos que nos da el personaje.

Siempre hemos querido ser Carolina de Mónaco, pese a que mi amiga Raquel Osuna, que está en el cielo, sostenía que era tan desgraciada como cualquier mujer del mundo, y todos estamos de acuerdo, sí, pero con una belleza de la que no todas gozan y un vestuario exquisito del que tampoco gozan el común de las humanas. El diseñador de Chanel la tenía como musa, o como clienta favorita, y siempre concurrían juntos a esas fiestas en el Sporting Club de Montecarlo. Allí sólo se mostraba la belleza y la exquisitez y nunca aparecían los horteras nuevos ricos que habían pagado por decir que habían estado en el «baile de la rosa» o en cualquier otro festorro donde la Familia Real monegasca realzaba con su presencia una cena con fines benéficos o de promoción del pequeño Principado. Esos nuevos ricos se hacen las fotos con sus móviles, porque los paparazzi sólo atienden a los famosos que van también para dar brillo al acto.

Lagerfeld era lenguaraz, descarado y hasta un poco de-sagradable, pero iba incluido en su papel de extravagante y sofisticado. La prensa se alborotó cuando llamó gorda a Adele, pero esto sólo revelaba una evidencia. En verdad nunca nos hubiéramos imaginado a esta mujer de voz infinita que brotaba de su diafragma con un modelo de la Rue Cambon, si bien hubo gordas en la historia de la elegancia que no desmerecieron ante diseños de grandes creadores. Me estoy refiriendo a la propia Grace Kelly, que en sus últimos tiempos andaba muy fondoncilla y sosteniendo que hay que elegir entre cara o culo, teoría bastante discutible, ya que se puede incurrir en cara de culo cuando una va sobrada de peso, cosa que es bastante grave.

La Begun madre fue otra mujer oronda que no dejó nunca de ser elegante pese a su exceso de peso: su mejor recurso eran esos favorecedores kaftanes de diseño con los que disimulaba carnes de por aquí y de por allá.

Lagerfeld tampoco se cortó a la hora de decir que Lady Di era guapa y dulce, pero también tonta, cosa que los adoradores oficiales de la princesa no encajaron bien. Como tampoco nadie se mete con la vulgaridad de Meryl Streep, por aquello del #MeToo, y nuestro protagonista de hoy sí se atrevió a señalarla.

En fin, que se ha ido un genio que continuó como nadie la labor de la mítica Coco Chanel. Dejó como heredero a su gato, aunque esto último no me lo creo del todo, ya que no es muy probable que la ley gala lo permita. Carolina de Mónaco queda una vez más huérfana o más bien viuda: es viuda de un muerto (Stéfano Casiraghi), viuda de un vivo (Ernest de Hannover) y ahora de su fiel Karl Lagerfeld. En verdad mi amiga Raquel tenía más razón que un santo.