Opinión
Cumbre
Haber sido víctima de un abuso sexual por parte de un miembro del clero católico explica muchas reacciones negativas respecto a la Iglesia pero no las justifica del todo. Escuchar las reacciones de algunas de las asociaciones de víctimas al finalizar el encuentro celebrado en el Vaticano estos días me ha dejado una triste impresión porque me han parecido excesivamente negativas. Sobre todo esta impresión se ha agudizado al escuchar sus juicios sobre el discurso que Francisco ha pronunciado al clausurar la cumbre.
Es obvio que algunos habían alimentado la idea de que el Papa iba a proclamar no sé qué medidas draconianas para acabar, de la noche a la mañana, con la plaga de la pederastia y se han sentido frustrados al no encontrarlas en las palabras que el Santo Padre ha pronunciado. Es un error de cálculo y de comprensión de la realidad. Bergoglio, es verdad, no ha anunciado nuevas y rigurosas leyes contra los criminales abusadores de menores pero todo su discurso es una condena a rajatabla de tan abominables crímenes. Y lo ha hecho al clausurar la primera cumbre en la historia de la Iglesia sobre este problema; sólo por haberla convocado ya merecería un aprobación y un aplauso.
Pero es que además el Santo Padre anuncia unas líneas de conducta que están destinadas a cambiar radicalmente la mentalidad y la actitud de la Iglesia ante los crímenes de la pederastia. Si tuviera que resaltar una entre todas subrayaría esto: la Iglesia no tiene el monopolio de este horror «pero la universalidad de esta plaga – ha dicho– a la vez que confirma su gravedad en nuestras sociedades no disminuye su monstruosidad dentro de la Iglesia».
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