Opinión
Imposiciones y ordenancismo
No soporto las imposiciones. He sido siempre un pájaro (me niego a decir una pájara) que voló contra el viento al margen de habladurías, prejuicios y decisiones de una sociedad que ordena, manda y hace saber a golpe de decreto. Me gustan los toros y la caza. También me gustan los hombres, por mucho que los demonicen las feministas, esas que odian al sexo contrario, las que con su huelga del día 8 de marzo pretenden imponer el comunismo, las fronteras abiertas y adoctrinar a los funcionarios. Nunca me sentí discriminada por razón de sexo, aun cuando era una principiante periodista, manzanilla de redacción, a pesar de estar rodeada de hombres por todas partes. Curiosamente sí estuve sojuzgada por una jefa de informativos, cuyo nombre era Alicia y todos la llamábamos «Malicia», en un ingenuo y poco original juego de palabras. De siempre he odiado los chistes malos, y sostengo a carta cabal que el ingenio es el principal enemigo de la inteligencia.
Pero no voy a dedicar muchas más líneas ni a la huelga ni al feminismo de hoy día, porque me siento ajena a ello. La mujer ha salido del agujero marginal en que se vio sumergida desde que el mundo es mundo hace ya cuatro o cinco décadas, escalando puestos en todos los ámbitos de la sociedad. Es probable que todavía queden flecos por recortar en el camino hacia la igualdad total, pero no deja de ser cierto que en muchos terrenos se ha convertido en un ser abominable gracias a los movimientos extremos de ultraizquierda que la convierten en algo odioso, temido y poco atractivo. Estas feministas del presente deploran su propia condición de mujer, y en vez de procurar su defensa arrojan piedras contra el propio tejado intentando propagar la idea de que es por nuestro bien. ¡Ay amor, no me quieras tanto! Ahora hay luchas extremas entre las Carmen Calvo de turno y las Irenes Montero para ver quien lleva más cacho de pancarta el día de la manifa feminoide porque, claro, estamos rozando la precampaña y hay que ir arañando votos de todas partes, porque lo de Tezanos es pura y dura mentira, o, si lo prefieren, ciencia ficción demoscópica.
La izquierda siempre es ordenancista, antidemocrática, y, como tal, ahora quiere o pretende prohibir por ley que los niños vayan a los toros o a actividades cinegéticas. Me parece bien que en sus casas (como la de Galapagar, por ejemplo) se evite que los hijos sean taurinos o cazadores, aunque quizá sería mejor que los chiquillos lo decidan cuando sean mayorcitos. Es importante la sensación de libertad desde que se tiene uso de razón y los niños tienen perfecto derecho a vivirla y a decidir, cuando estén preparados para ello. En Castilla León se ha prohibido la caza, y los efectos ya se están dejando notar en la agricultura, en la ganadería, en el sector de hostelería, en los ocho mil empleos vinculados a esta actividad y un volumen de negocio que supera los quinientos millones de euros. El equilibrio ecológico entre los animales también se resiente y, en fin, el descalabro es absoluto. Los extremistas de izquierda de Podemos hablan de la caza como práctica descontrolada. ¿Se puede ser más ignorante? Nada hay precisamente más controlado que esta actividad pero todas estas afirmaciones las visten de los embustes que más les placen y de la demagogia más abyecta. Ellos (y ellas) son así. Mucho me temo que en cualquier momento prohibirán también la floricultura para no dañar a las pobres plantas y las pobres flores (esto va por ti, querido Luis, mi lector más fiel).
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