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Opinión

La grada blanca

Para sustituir a los furibundos «Ultra Sur», Florentino Pérez creó la cursilería de la Grada Blanca, un ridículo pastel de sosos vestidos de blanco que recuerdan a aquel conjunto de bondades supremas, dulce y empalagoso, que recorrió el mundo con el nombre de «¡Viva la Gente!». Se dice que a la vista de su acreditación, los empleados del Real Madrid facilitan a los lánguidos miembros de la Grada Blanca la uniformidad merengue y un fármaco tranquilizante. Piperos amodorrados, de exquisito comportamiento y muy proclives a preguntar cuando los partidos finalizan. –¿Hemos ganado, empatado o perdido?–.

Escribí a finales de agosto que el Real Madrid rozaría el despropósito con la plantilla que presentaba para disputar la nueva temporada. Y creo que no acerté. No se trata de un despropósito, sino de un desastre inmune a la crítica. Mucho poder, demasiado poder tiene Florentino Pérez para tolerar la libre decepción de sus socios, abonados y simpatizantes. En unos años, todo el Bernabéu –hay pelotas que han manifestado su deseo de bautizar al remodelado estadio del Real Madrid con el nombre de su actual presidente–, será una compacta Grada Blanca, sosaina y apesebrada. De aquel presidente que se adelantaba a todos para contratar por sorpresa a los mejores jugadores del mundo, no queda nada. Su proyecto es más de construcción de un Estadio construido que de reconstrucción de una plantilla destruida. No hay equipo que soporte una ausencia como la de Cristiano Ronaldo sin un repuesto adecuado. En los primeros años de Pérez podría haberse marchado Cristiano, pero una semana después el Real Madrid habría anunciado el fichaje de un gran delantero para cubrir su ausencia. Al menos, la Grada Blanca hubiera asistido con su alegría de Lorazepam a la presentación del nuevo ídolo. Pero no. El gran proyecto del nuevo estadio, con su cubierta retráctil y sus colorines exteriores, no es viable si no se dota de contenido al primer equipo del Club. El continente y el contenido van de la mano. Un estadio maravilloso e impactante con un equipo vulgar no sirve para nada. Es el equipo el que tiene que remodelar el estadio, no al revés. «La mitad del cemento del estadio de Chamartín lo ha aportado Di Stéfano», dijo Bernabéu. Y la otra mitad, Gento, Puskas, Kopa, Rial y Santamaría. No existían en aquellos tiempos los extremismos de «Ultra Sur» ni la Grada Blanca del Imserso. El madridismo era libre, y más de una bronca tuvo que aguantar –y la aguantó–, aquel gigante que se llamó Santiago Bernabéu. «Si no tengo equipo para llenar el estadio, ¿de qué me sirven sus cien mil localidades?».

Muchas personas, especialmente las más allegadas, le tienen pavor a Pérez. No se atreven a darle un consejo o a manifestarle su desacuerdo. La Grada Blanca es la Grada Pelota, y el equipo directivo profesional es tan pelota como la grada adormecida. Para que el Real Madrid se recupere es fundamental que Florentino Pérez vuelva a ser el de antaño, el presidente osado, directo y decidido. Su cansancio ha contagiado al madridismo, que ya no se revuelve contra la adversidad. La mansedumbre ante la tragedia de ser vencido sin esfuerzo en dos ocasiones de una misma semana por el Barcelona, es prueba irrefutable de la degradación anímica de los madridistas.

La Cantera, como se le dice, no es suficiente. Apenas un gran jugador por generación. Sirve para formar futbolistas que cumplen a la perfección en equipos menores. El Real Madrid, para volver a ser el que era, tiene que deshacerse de la senectud de algunos de sus ídolos, y llenar sus huecos con nuevos jugadores que generen ilusión. El Real Madrid no puede tener entrenadores sometidos a la presión del vestuario. Ni futbolistas descontentos. Ni una afición entregada a la desilusión. Hoy, el aficionado del Real Madrid, en el estadio o en su casa, es un componente más de la Grada Blanca, esa cursilería bondadosa y merengue que anima con la misma alegría que cantaban los coros de «¡Viva la Gente!».