Opinión

Ser feminista

La pianista judía Natalia Karp, tras sobrevivir a Auschwitz y a Kraków-Plaszóv, continuó dando conciertos con la Orquesta Filarmónica de Cracovia. Solía colocar un pañuelo rosa sobre su piano para reivindicar su feminidad y su dignidad como mujer, devastada en los campos de concentración. Era su manera de reafirmarse ante el mundo y, especialmente, ante los nazis que no lograron derrotarla. Ser feminista no consiste en desterrar el color rosa como elección libre de la mujer. Tampoco en privar a una niña de vestirse de princesa Disney si eso es lo que quiere, como si elige hacerlo de quarterback de los Philadelphia Eagles. Escribir en género femenino los meses del año en un calendario oficial no ayuda al movimiento feminista. Puede llegar a ridiculizarlo, aunque la intención no sea esa. Que AENA decida prescindir del «señores pasajeros» en sus anuncios por megafonía –casi inexistentes desde hace años – para hacer inclusivo el lenguaje es un alarde oportunista que no ayuda a la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, que es la esencia del feminismo. Cuando las mujeres y los hombres cobren igual por realizar un mismo trabajo, pasen por el mismo proceso de selección y tengan las mismas oportunidades de ocupar cualquier puesto de trabajo en su empresa, también los directivos, entonces sí podrán alardear de feministas. Lo demás son fuegos artificiales que se desvanecen al momento por mucho ruido que provoquen. Son meras tapaderas que embuten conciencias y nos toman por tontos, ya que solo buscan copar titulares y hashtags en redes sociales. Está bien que el feminismo se dispare pero no debe convertirse en arma arrojadiza ni en munición de marketing. Las revoluciones con pólvora mojada, más que acelerar, frenan.