Opinión

El nacionalismo, la guerra

En la tierra de todos los mudos hay gente con abrigos de mil euros que compara su causa con la de Anne Frank. Ya saben, Elsa Artadi, que opina que a las élites catalanas y a las masas encuadradas en el culto al becerro étnico-lingüístico no se les permite tener opinión. Artadi cita frases de la niña asesinada en el campo de exterminio de Bergen-Belsen. Protesta porque la Junta Electoral obliga retirar las cintas amarillas y las banderolas separatistas de los edificios oficiales porque, oh, sostiene que son símbolos partidistas y, ah, está muy feo usarlos en los días previos a las elecciones. Qué cosas tiene la Junta, Artadi, qué cosas. No digamos ya las neuras del señor Assaf Moran, diplomático de Israel, que ha tenido que salir a recordar la evidencia de que nada, n-a-d-a, puede compararse con el Holocausto. Claro que esto es España. Un país donde resulta de lo más habitual pintarrajear autobuses con el careto de un asesino de masas

como Hitler para compararlo con las lumbreras del feminismo posmo y/o sostener que los crímenes de pareja, domésticos o de género, no voy a discutir ahora su etiquetado, puede equipararse con Treblinka. Artadi, al fin, demuestra ser españolísima. Seguimos sin asumir la magnitud de la

Shoah, el asesinato industrial de millones en razón de ser. Artadi, finalmente, evidencia unos conocimientos históricos más bien frágiles. Por razones de genealogía política yo creo que los nacionalistas harían menos el ridículo si no citan demasiado el nazismo.

Miren que ni siquiera hablo ya de decencia o probidad. En fin. Artadi hace las delicias del gentío con sus tuits sobre Anne Frank y delante de Marchena

las cosas siguen su noble curso acostumbrado. Vendedores que no venden, dibujantes que no saben lo que dibujan, comerciales incapaz de nombrar a un contacto y observadores internacionales que solo observan el crecimiento en positivo de su cuenta corriente

a medida que crecen en negativo las deliciosas facturas a la Generalidad y etc. Cómo sería la juerga de cachonda que los fiscales le han pedido al tribunal que decida si hay que investigar a uno de los testigos. Por presunto falso testimonio. Mentir, amigos, también consiste no contar lo que sabes. En sonreír cual Lauren Bacall

y si me necesitas silba, sabes silbar, ¿no? Fue prodigioso escuchar a un Mestre que todo lo niega o despeja rumbo a las gradas: los contactos y encargos de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales en relación a la campaña del referéndum, la emisión de tickets por casi 300.000 euros y por ahí. Hasta el punto de que Marchena, del que va siendo obligado montar una barra brava, tuvo que explicarle los curiosos designios de la prueba testifical y las obligaciones que implica el rollo ese jurar o prometer decir la verdad y toda la verdad y nada más que. La verdad, sin embargo, fue especie protegida en la Cataluña del procés.

La verdad importaba bastante menos que la verosimilitud. Como si Cataluña fuera una novela, el periodismo un relato de andamiaje mítico y los hechos unos empastes de quita y pon con los que barajar a capricho. La verdad nunca fue tan decisiva como la propaganda y el nacionalismo es la guerra. Lo advirtió hace tantos años Mitterrand y tuvieron ocasión de comprobarlo durante el siglo XX varios millones de europeos. Incluidos los españoles, de la Guerra Civil a ETA. Menos mal que tenemos a Artadi, su gracia infinita, sus títulos de Harvard, su sonrisa de superioridad lustrada por décadas de proceder impune, para recordárnoslo.