Opinión
Zapatos con mensaje
Cuando una frase traspasa la pantalla o las páginas de un libro es porque nos sentimos identificados con ella. En la película «Matar un ruiseñor», el personaje de Atticus Finchen, un abogado sureño interpretado por Gregory Peck que defiende a un hombre negro acusado de violación, enseña a su hijos que nunca conoces realmente a una persona hasta que no has llevado sus zapatos y has caminado con ellos.
En Auschwitz, los zapatos marcaban la diferencia entre la vida y la muerte; sin ellos, la supervivencia era imposible. Tras su liberación, encontraron 44.000 pares de zapatos y 7.000 presos moribundos, la mayoría descalzos. Los versos del poema «Vi una montaña» de Moshe Schulstein, abren la exposición Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos: «Somos los zapatos, los últimos testigos, somos los zapatos de nietos y abuelos de Praga, París y Amsterdam, y, como somos de tela y de cuero y no de carne y hueso, nos hemos salvado de arder en el infierno».
Los zapatos nos atan al mundo, nos ponen en él, con ellos caminamos y, casi siempre, nos sobreviven haciendo perdurar la memoria de sus dueños. Así lo entendió una madre con cáncer terminal y sin posibilidad de llegar con vida a la boda de su hija Enma, al encargar unos zapatos que le llegarían el día de su boda, en cuyas suelas escribió un mensaje: «Quería que tuvieras un regalo de mi parte en el día de tu boda. Tus zapatos de boda son mi regalo para ti. Espero que tengas un día mágico. Mucho mucho amor y abrazos. Mamá». Los zapatos como testigos de vida; del mundo de ayer, en palabras de Stefan Zweig, en el de hoy.
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