Opinión
Un alma feliz
La historia da qué pensar. Y mucho, aunque parezca una de esas noticias que se nos cuelan por la parte curiosa y amable de la actualidad. Es la historia de una mujer, Jo Cameron, que a los 65 años descubrió que no siente dolor y que su cuerpo no reacciona a determinadas sensaciones. Un día, se sometió a una operación en una mano y , ante la sorpresa de los médicos, su cuerpo no necesitó de ningún analgésico para calmar su dolencia ni aminorar el sufrimiento, sencillamente porque la paciente no tenía dolores. Ni pocos ni muchos, ninguno. Era inmune a esa sensación. Después de muchos estudios médicos, los especialistas descubrieron que todo se debe a una mutación genética. Y el desierto sensitivo no se queda ahí. No siente dolor, pero tampoco siente miedo ni ansiedad, y su estado de ánimo no conoce la angustia, el terror ni el nerviosismo. Haciendo memoria, ha recordado que cuando se hacía una quemadura, no le dolía y solo se daba cuenta cuando olía a carne quemada. Y tampoco sintió miedo cuando sufrió un accidente de coche. Al principio le extrañó pero ahora cree que es una sensación agradable y se siente –esta vez sí– un alma feliz porque, para ella, lo normal es no sentir.
Al final va a resultar que para ser feliz conviene no sentir. Y lo preocupante es que, viendo cómo está el mundo, lo entiendes y más que una mutación genética te parece una bicoca. Lo que no sabemos es si también le ocurre con la buenas sensaciones, que haberlas, haylas, y casi siempre compensan las malas. Entonces, más que una prebenda, sería un desastre para la buena de Jo.
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