Opinión

Iglesias quiere ser banquero

Pablo Iglesias, que quizá ya ha asumido que la presidencia del Gobierno le queda muy lejana, quiere ser vicepresidente o, por lo menos, ministro y, en cualquier caso, banquero. El líder del Podemos, al que Pedro Sánchez y su equipo le lanzan cables para evitar que el descalabro de Podemos sea mayor del que anuncian los gurús demoscópicos, predica –suplica para algunos– las bondades de un futuro Gobierno de coalición en el que los podemitas, con él mismo al frente, tendrían varios puestos reservados. El tiempo en el que él, arrogante, iba a hacer presidente a Sánchez por un capricho del destino, ni tan siquiera es historia porque solo existió en su imaginación, por mucho que lo anunciara con toda la pompa y circunstancia de su neoleninismo digital.

El líder de Podemos, hundido en las encuestas –poco fiables en los últimos tiempos–, teme sobre todo que la aritmética electoral haga posible un Gobierno del PSOE con el apoyo de Ciudadanos, más allá que Rivera haya pronunciado su «nunca jamás». Esa opción condenaría a Iglesias a la irrelevancia y tal vez aceleraría el fin de su carrera política. Por eso propone una solución adelantada a un hipotético sudoku postelectoral e intenta aprovechar –no sin un apoyo indirecto y moderado de los socialistas– el confuso asunto, convenientemente aireado en precampaña, del llamado informe PISA –Pablo Iglesias Sociedad Anónima–, elaborado presuntamente por una supuesta «policía patriótica» para atacar a Podemos y que ahora investiga la Audiencia Nacional.

Los planes de Iglesias si sus escaños son imprescindibles para Sánchez también pasan, con mayor o menor presencia en un futuro Gobierno, en convertirse en banquero, en banquero público. Bankia, la entidad que preside Goirigolzarri, de la que el Estado tiene la mayoría del capital, es el gran objeto de deseo del ex compañero de viaje político de Errejón, Bescansa y tantos otros. Iglesias reclama, cada vez que tiene una oportunidad, la banca pública como gran solución económica a innumerables problemas. El que no exista ni un solo ejemplo en la historia de banca pública viable no le importa. Esa no es su batalla. Bankia tiene casi ocho millones de clientes que son como mínimo otros tantos votantes –en la práctica quizá diez millones–, de los que una entidad financiera conoce todo y sobre los que también –al menos sobre una gran mayoría– puede influir. El PP no lo hizo y el PSOE tampoco, pero es difícil imaginar que Pablo Iglesias no baraje esa opción. Es poder.