Opinión

La canción de las imágenes

«Tropecé con un vidente/Que menospreciaba los matices y las cosas de este mundo,/Los dominios del arte y del saber, placeres, sentidos,/Para buscar solo imágenes./No influyas en tus canciones, me dijo,/Ni la hora ni el día enigmáticos, ni fragmentos, ni partes superpuestas;/Pon, primero, como una luz para los que siguen/Como un canto de introducción para todos,/la canción de las imágenes».

Me permito traer a este «Cuartel emocional» un emocional fragmento de «Leaves of grass» de Walt Whitman, que siempre suaviza el alma al releerlo. Tener referencias literarias sirve para aplicar a la edad madura aquellos recuerdos de las lecturas adolescentes cuando ni siquiera podemos imaginar ni de lejos los trances por los que hemos de pasar. Aventar las cenizas de una madre en el lugar donde vivió los momentos más felices es reconfortante por cuanto que su espíritu planeará siempre en torno a unos robles robustos, sobrevolando los cerezos a los que tantas veces se subió para comer sus frutos sentada en una rama adornando su cabeza con margaritas silvestres. Éstas son las imágenes de instantes románticos de los cuales podríamos sacar una canción alegre, una canción para el recuerdo de una hacedora de vida.

En el otro extremo está la canción de fragmentos de vida que quedan señalados para siempre, días enigmáticos, fragmentos y frases que hieren como espadas, espadas como labios «ese decir palabras sin sentido/que ruedan como oídos caracoles/como un lóbulo abierto que amanece/(escucha escucha) entre la luz pisada». O bien «pisando la dudosa luz del día». Recurrir a los clásicos es una forma de envolver los sentimientos cuando hay necesidad de echarlos fuera, de vomitarlos para que no sigan hiriendo nuestros destrozadas vísceras.

Pero también es sano salir de la burbuja emocional, dejar de aburrir a los de alrededor y, sobre todo, al paciente lector, y, sin prescindir de las imágenes, comentar la vulgar y zafia realidad, donde nos encontramos a gusto, quizá porque seamos tan patanes como sus protagonistas. La foto de Obama con Sánchez sobrepasa a cualquiera. El uno fue presidente de los Estados Unidos por el color de su piel, no por nada más; su Gobierno fue mediocre y su gestión económica, pésima. El otro es presidente del Gobierno de España (se me nubla la vista de la ira cuando digo esto), por pura carambola y con sólo 84 representantes en el Congreso de los Diputados. Los que le apoyan son proetarras, separatistas catalanes, la ultraizquierda podemita y por ahí. O sea, lo más granado de cada casa. Su gestión se resume en una frase: ha duplicado el índice de estrés económico. Ya me dirán si la imagen de estos dos no es como para romperla en mil pedazos.

La otra imagen, en este caso tremendamente dramática: la de la moribunda y su marido, quien la ayudó a suicidarse, un hecho que abre un debate que está ahí, permanentemente, que a todos nos hace reflexionar sobre algo fundamentalmente humano que, en efecto, necesita una determinación.

Y ya, finalmente, está la imagen de El Puma, aquel cantante del «Pavo Real» y de «Voy a perder la cabeza por tu amor», que aspira a la presidencia de su país, Venezuela. Querido amigo, ya puedes sentarte a esperar, porque hay Maduro para rato.

Y así se nos ha ido la semana, y yo cojo la guitarra, repaso mis libros de solfeo y de composición para ver si se me ocurren las notas adecuadas para la canción de mis imágenes de estos días.