Opinión
Noche electoral
Hace ya una pila de años las noches electorales eran largas, muy largas. Los sistemas de recuento no andaban tan evolucionados y los periodistas estábamos hasta prácticamente el amanecer ofreciendo a la paciente audiencia «los últimos datos hasta el momento» que se iban produciendo cada una o dos horas. Esto provocaba que utilizásemos material de relleno todo el rato y que nuestra dialéctica fuera interminable para ocupar esos espacios larguísimos que se producían entre teletipo y teletipo, o, bien, entre intervención e intervención de nuestros compañeros destacados en la Junta Electoral Central, o en la calle, haciendo muestreos sobre la marcha, una vez se cerraban los colegios electorales. Los cafés corrían como ríos y el humo de los pitillos hacía que el aire en el estudio fuera irrespirable. Al regresar a casa, la ducha era obligatoria por la peste que desprendían la piel, el pelo y la ropa.
Es probable que hoy, a las 10 de la noche, esté ya todo el pescado vendido y unos brinden y otros se pongan de luto porque las papeletas estén vistas ya al noventa y tantos por ciento. Todos los candidatos darán por ganadas las elecciones, mostrando una vestimenta dominguera, si bien algunos no defraudarán y se mostrarán con traje de faena: Casado con terno o bléiser azul, pantalón gris y corbata; Rivera igual, pero sin corbata para quitar solemnidad a la vida; Sánchez con uno de esos trajes baratos cuyas telas de poliéster pican sólo con mirarlas o, bien, con esas tremendas cazadoras del Carrefour que ha lucido en algunos de sus mítines; Iglesias sucio y despeinado, como es habitual, y Abascal con su estudiadísimo look de guardabosques, su sueño de infancia cuando de chiquillo jugueteaba por los montes de Amurrio. Estos son los naipes con los que tenemos que jugar, señoras y señores, para conseguir una España posible, una España unida y coherente, una España que deseamos fuerte y sin conflictos civiles que nos obliguen a renegar entre hermanos.
Resulta empíricamente imposible que en las familias no haya enfrentamientos, choques o disputas: nadie podrá darnos ejemplo de una, solo una que no haya experimentado peleas entre sus miembros. Imaginemos las discrepancias que puede haber entre cuarenta y cinco millones de personas, que somos quienes poblamos la «piel de toro». Pero al igual que en las familias hay una cabeza visible que pone orden y calla la boca al que se desmanda, en un país hay un jefe de Gobierno que pega un puñetazo en la mesa y coloca a cada cual en su sitio. Item más: existe también una Constitución que regula el orden que se ha de seguir para que todas nuestras acciones queden perfectamente encajadas, como las piezas de un puzzle. A simple vista parece sencillo, pero la realidad es muy otra. Las cifras cantan y la economía y el bienestar social no todos saben manejarlos. Bajar impuestos a productos veterinarios y a las compresas y tampones, como alguien defendía esta semana en los debates que se celebraron, no solucionan el equilibrio económico de un hogar. Eso es como crear muros que no nos van a aislar del peligro, sino del conocimiento.
Hoy es día de elecciones, «la gran fiesta de la democracia», como muchos dicen incurriendo en el tremendo tópico que se utiliza cuando no se tiene más recurso que un lugar común. Hoy es día de grandes responsabilidades, porque entre todos vamos a decidir el destino de nuestro país durante los próximos cuatro años. ¡Cuatro años es muchísimo tiempo! En ese período el país puede volver al estado sólido, pero también abocarse al desmembramiento. A la abundancia o a las vacas flacas. A la tranquilidad o al malestar. Mucho vértigo da todo esto.
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