Opinión

Bailar al son de Iceta

Le gusta «Queen», eso es bien sabido, pero no es un romántico. Si algo puede decirse de Miquel Iceta es que es un «apparatchik», un técnico del partido socialista, al que pertenece desde que tenía 17 años. Dejó la carrera de Química y, de concejal en Cornellá de Llobregat, llegó a subdirector del Gabinete de Presidencia de Felipe González. Es ducho en bailes, sí, pero políticos. Tal vez sea eso lo que valore en él un Pedro Sánchez que se quedó atónito en un cierre de campaña, cuando el catalán le pasó por delante contoneándose al ritmo de Freddie Mercury con aires de matriuska.

El nombramiento de Iceta para la presidencia del Senado es una declaración de intenciones. El socialista catalán quiere cambios en el Estatuto y una progresiva evolución hacia el federalismo. Como es práctico, no pierde el tiempo con referendos que requerirían modificaciones constitucionales complejas y prefiere avanzar por la vía práctica. Lo de la consulta lo deja para dentro de diez o quince años, como dijo, cuando el 65 por 100 de la gente esté de acuerdo. En cambio, propiciará el indulto de los golpistas del «procés» y los acuerdos con la Esquerra Republicana de Cataluña.

Se ha señalado que, con Iceta al frente, el Senado impedirá cualquier 155. Pero hay mucho más, la Cámara será la garantía de aprobación de cualquier proyecto de ley pergeñado entre Podemos, el PSOE y los nacionalistas en el Congreso, sin necesidad de pactos de legislatura.

En el camino se quedan los perdedores, esa mitad larga de Cataluña a la que nadie escucha y que se asfixia entre lazos amarillos y esteladas racistas. No es diálogo ni conciliación, es acuerdo entre las llamadas «fuerzas progresistas» para imponer una visión única. ¡Esto es lo que han votado a mansalva los andaluces o extremeños! Nadie entiende que el problema catalán no es político, es cultural. No hay una cultura del pluralismo y de la tolerancia. O se es nacionalista o no se es en el espacio público.

Hace mucho que el PSC es distinto ideológicamente del PSOE. Que su máximo exponente esté al frente del Senado español no es una vuelta a la casa de la Constitución, es una apuesta para desmantelarla por dentro. Hay quien piensa que modificar la Carta Magna es el modo de hacer España más ancha y buscar acomodo a los secesionistas, pero éstos, por definición, son irredentistas. El presente independentista alimentará el secesionismo futuro, porque nadie enseñará a la generación venidera cosa distinta. Sobrevivirán ahora el PSOE y el PSC, pero, para quienes no comparten este modelo sólo quedará la opción de marcharse o vivir sin libertad en un nuevo país ideológicamente regido por la TV3.