Opinión
Denuncias falsas
El engaño y la mentira es algo tan arcaico como la condición humana. Y cuando hay un motivo emocional como la venganza o el odio para sustentarlo, la falsedad se vuelve aún más perversa. El caso de la asociación Infancia Libre, con las madres que supuestamente secuestraron a sus hijos solo para que sus padres no pudieran estar con ellos, ha conmocionado a muchos que parecían no creer que las denuncias falsas existieran y ha silenciado a otros que preconizaban la entelequia de esas denuncias. Según la policía y la justicia, estas mujeres llegaron a denunciar falsamente a sus parejas de abusos sexuales a sus hijos, que es tan rastrero como presentar una denuncia falsa por maltrato. Y aún más repulsivo es que profesionales del derecho, la medicina, la política o el periodismo se alíen para participar y fomentar esa farsa. Las denuncias falsas existen, y negarlo no va a hacer que desaparezcan ni ayudará a las víctimas reales. El negacionismo no soluciona ni entierra nada, al contrario, muda el problema en algo crónico. Negar una realidad por una serie de intereses creados solo acarrea más dolor y podredumbre. No hay límites para falsear y negar la realidad; se hace con el Holocausto, imagínese el reparo moral para acometerlo en otros aspectos. Existen auténticos profesionales del engaño que, lamentablemente, cuentan con algún vítor mediático para amparar, no solo la denuncia falsa, sino la tergiversación y manipulación de sentencias judiciales firmes para que parezcan distintas. Una pesadilla de la que no es sencillo despertar y, cuando se hace, no existe opción para un sueño reparador. La difamación es una mancha sobre el honor y la dignidad complicada de limpiar, pero conviene erradicarla de raíz.
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