Opinión
Mingorrubio o Europa
D urante el último mes he visitado en diferentes ocasiones el cementerio de El Pardo, sito en Mingorrubio, un barrio habitado mayoritariamente por miembros de la Guardia Real y sus familias. No voy para vigilar las obras que ha emprendido el Gobierno de Sánchez con el fin de prepararle a los huesos del general Franco su morada definitiva, que para muchos seguirá siendo el Valle de los Caídos en Cuelgamuros. Lo hago, porque recientemente descansan allí los restos mortales de un amigo del alma, Luis de la Peña, que se marchó de golpe el pasado Miércoles Santo. No soy de cementerios, pero Luis y yo teníamos una charla pendiente y a los dos nos gustaba cumplir con los compromisos previamente adquiridos. Yo le hablo y sé que me responde, aunque tenga que interpretar su respuesta.
No lejos del sepulcro de Luis, se sitúa el pabellón de los líos. Son tres sus propietarios. El Patrimonio Nacional, el Ayuntamiento de Madrid y el municipio de El Pardo, si bien no se descartan más dueños. Sánchez anunció que el 10 de junio, con la ley o contra la ley, se llevaría a cabo la exhumación serrana y la inhumación montera, que El Pardo es monte y dehesa, encinas, pinos, fresnos, robles, jabalíes, gamos y venados. Un buen lugar para dormir hasta el futuro. De nuevo, Sánchez va a perder este absurdo pulso con un cuerpo sin vida que se ha empeñado en retar. Y de conseguir vencer a los huesos de Franco, hará el ridículo. La generación de mis hijos, y la posterior, no estaban interesadas en la figura del general Franco. Y Sánchez ha logrado que los jóvenes de hoy se documenten del Jefe de Estado que protagonizó el trasanteayer. Para mí, que la Fundación Francisco Franco haría bien en organizar una cena en homenaje de Sánchez, el gran propagador del personaje que gobernó en España durante cuarenta años. Nadie ha hecho por la memoria y recuerdo de Franco tanto como Sánchez, y me temo que de terminar sus restos en Mingorrubio, el camposanto de El Pardo va a experimentar un lleno diario.
Para reforzar la obsesión de Sánchez, surge el gran elogio que le ha dedicado el forajido «caganer» Puigdemont. El Parlamento Europeo le fue vedado y le mostraron amablemente la puerta de salida. Acudió con uno de sus secuaces fugados de la Justicia. Y en la calle, con los periodistas de los medios catalanes de siempre, Puigdemont emitió la mayor flor, el supremo elogio que se ha publicado jamás de la figura del General Franco. «Después de 43 años fallecido, Franco sigue mandando en Europa».
Vamos a ver, forajido. Franco, como todas las figuras históricas de verdad –usted es un pringado-, tiene luces y sombras. Sus luces son nítidas. Los Ejércitos nacionales fueron los primeros en derrotar al comunismo en una guerra. Con una nación devastada, España alcanzó el décimo lugar de los países industrializados. Terminó con el hambre y la ruina, construyó centenares de miles de viviendas protegidas, excepcionales obras públicas y creó la Seguridad Social. Todo eso sin exprimir a los españoles con impuestos ladrones. Y también hizo muchas cosas mal. Pudo ser mucho más generoso con los derrotados, a muchos de los cuales incorporó a la vida pública al cabo de los años. Y tuvo que abandonar el Poder a su debido tiempo, que coincide con el fin de la Segunda Guerra Mundial para permitir la llegada de Don Juan y su Monarquía Parlamentaria y reconciliadora. Pero Franco, que yo sepa, sólo gobernó y mandó en España y sus territorios en África, el Sahara Español, Ifni, la Guinea Española, algunas islas y las ciudades – españolas con cinco siglos de pertenencia a España-, de Ceuta y Melilla. A Franco, en Europa, la socialdemocracia dominante y el liberalismo creciente no lo trataron bien. Y Franco falleció en la habitación de un hospital de su Seguridad Social sin saber que mandaba tanto en Europa, hallazgo político-sociológico del perlanas gerundense que vive en Waterloo. Franco murió sin saber que mandaba en Europa, y jamás se pudo figurar que cuarenta y tres años después de su muerte, como ha dicho el lerdo fugado, iba a seguir mandando en el continente. Entre Sánchez y Puigdemont han elevado al general Franco a las alturas que comparten Churchill, Adenauer y el General De Gaulle, que a los pocos días de abandonar el poder en Francia, visitó a Franco en Madrid para manifestarle su admiración. La vida es así, y también la muerte.
Nos sitúan Sánchez y Puigdemont en un conflicto. Si Franco gobernó con autoridad en Europa, y cuarenta y tres años después sigue gobernando y ordenando al parlamento Europeo que impida la entrada a Puigdemont, ¿por qué no se libera Sánchez de su obsesión y traslada la responsabilidad a Tajani, Juncker o Merkel? Ordene la inmediata suspensión de las obras en Mingorrubio, dejen de molestar el descanso de mi amigo, y que sea Europa la que decida el destino de los restos mortales de quien la gobierna desde el silencio.
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