Opinión

Verónica

Los ojos de los demás nuestras prisiones; sus pensamientos nuestras jaulas. Lo escribió Virginia Wolf, lo rubricó Verónica. El daño gratuito, como la maldad regalada, es un fantasma que atemoriza y ese miedo puede no matar, pero sí llevar a la muerte. Así le sucedió a Verónica, que evidenció las palabras de Dostoievski: la gente que te rodea puede hacerte enfermar. Verónica enfermó y murió. Se suicidó porque la estaban matando por un video grabado con consentimiento y difundido sin permiso.

Cuentan que era una mujer fuerte, acostumbrada a luchar, a levantarse cada vez que caía. Pero no siempre se cae igual y un día, quizá el más tonto, la voluntad es incapaz de derribar un muro que se hace infranqueable. Mientras ella lloraba, sus compañeros reían, comentaban y compartían la infamia. Seguramente muchos de ellos son los que ahora piden respeto, o los que guardan un minuto de silencio a la puerta de la empresa Iveco. Qué bueno hubiera sido que ese silencio lo guardaran cuando el vídeo llegó a sus manos. Pero lo compartieron, de la misma manera que compartimos un tuit ofensivo y miserable, aunque haga sangre y genere lágrimas.

El sufrimiento ajeno divierte a muchos. Hace 85 años Emile Cioran publicó «En las cimas de la desesperación», un libro que escribió para no suicidarse, pero «los seres humanos no hemos comprendido todavía que la época de los entusiasmos superficiales está superada, y que un grito de desesperación es mucho más revelador que la argucia más sutil, que una lágrima tiene un origen más profundo que una sonrisa». ¡Qué difícil solución es el suicidio cuando no se está loco!, pensaba Cioran. Verónica no estaba loca. Otros están para que los encierren.