Opinión
Todo turbio
Las casas de apuestas se anuncian en las camisetas de los más importantes clubes del mundo. Las casas de apuestas tienen mucho que ver con la corrupción en determinados deportes, fútbol y tenis, preferentemente. Son muchos los casos, y serán más. Ahora, según parece, siete futbolistas del Valladolid están siendo investigados por dejarse vencer. No tengo pruebas, pero la corrupción futbolística en España podría tener su arranque en el descanso del partido España-Malta, en el que nuestra Selección precisaba ganar por diez goles de diferencia para acceder a un Mundial o una Eurocopa, que lo mismo da. En los primeros 45 minutos, los españoles no consiguieron una renta positiva que permitiera la esperanza de la clasificación. El portero maltés, a su manera, cumplió con su obligación de detener los lanzamientos a puerta de los españoles. Pero en el segundo tiempo, cada vez que España se acercaba –y se acercó una barbaridad–, al área maltesa, anotaba un nuevo gol. España, milagrosamente, venció por doce a uno, y encima le sobró un gol para más tranquilidad. El furor periodístico no quiso detenerse en la sospecha, pero cuando recuerdo la emoción de aquella noche triunfal, pienso siempre en la posibilidad de un arreglo con aquel portero que en un descanso se olvidó de parar los balones que había detenido en el primer tiempo. Y no existían en España las casas de apuestas, las grandes propietarias del fútbol europeo. Sí, los futbolistas profesionales tienen vedadas las apuestas, pero a ver quién es el guapo que controla esa prohibición.
Con algún árbitro sucede lo mismo, pero ahí la corrupción se resume en los compromisos a dos bandas, aunque sean un tercero y un cuarto los encargados de dar y de recibir. También se pueden equivocar los árbitros y en muchas ocasiones, durante un partido. No creo en la mala fe de Aytekin, el árbitro de la remontada celestial del Barcelona ante el París Saint Germain, pero entiendo el enfado y la suspicacia de los aficionados del club parisino. En el Villarato el Barcelona no pudo quejarse del amable comportamiento arbitral, pero no pongo en duda la honestidad de los azulgranas, sino la imparcialidad de Villar y la Federación Española de Fútbol. Se decía que en el pasado régimen, el Real Madrid era el objetivo de los favores arbitrales, cuando se ha demostrado que el equipo preferido del General Franco era el Barcelona, al que rescató de la quiebra, y del que recibió dos insignias de oro y brillantes que ahora le han rogado que devuelva. Todavía sus nietos las están buscando para devolverlas al club del «Prusás», pero hasta la fecha, con poco éxito.
Si siete jugadores de un equipo deciden perder, el equipo pierde, y ello no quiere decir que el adversario esté metido en la pomada. El Valencia podría salir injustamente perjudicado de este barullo inadmisible. Tampoco es culpable el Valladolid como club, que no sabía de la deshonestidad de siete de sus jugadores, y que podrá ser sancionado con extrema dureza. Son los individuos los corruptos, no las entidades.
Vivíamos mejor y más tranquilos sin casas de apuestas, sin alicientes al juego, sin los constantes ofrecimientos de ganar dinero fácil en todos los partidos televisados, que son la mayoría. En Inglaterra el juego es una profesión, pero el castigo a quienes hacen mal uso de su sistema, es ejemplar y de una inflexibilidad absoluta. Si han sido siete los futbolistas que se dejaron ganar, y otros tantos los enlaces y beneficiarios de la trampa, que caiga sobre ellos todo el peso de la ley. Pero sancionar a los clubes se me antoja una gran injusticia. Si el cajero de un Banco se queda con el dinero, se detiene, se denuncia y se juzga al cajero. Pero no se cierra el Banco. En fin... el puto juego.
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