Opinión

Ni para papel

La revolución socialista de Venezuela ha concluido en un completo fiasco. La caída del precio internacional del petróleo, unida a la descomposición de una PDVSA parasitada por los cuadros chavistas, hundieron los únicos ingresos externos con los que contaba el país. En una economía escasísimamente diversificada y que ha de importar la mayor parte de los bienes que consume dentro de sus fronteras, la caída de sus ingresos petrolíferos equivale a un empobrecimiento masivo, no sólo para la propia población (que pierde el acceso a bienes y servicios fundamentales), sino también para un gobierno cuya recaudación tributaria pivotaba esencialmente sobre el petróleo. Cuando la recaudación de un gobierno cae a plomo, cuenta con dos opciones: la primera es recortar paralelamente el gasto para que sus desembolsos se ajusten a sus ingresos efectivos; la otra, endeudarse a la espera de que la recaudación se recupere. El chavismo, como no podía ser de otro modo, optó por la segunda de estas opciones: su poder y su capacidad de control dentro del régimen se han fundamentado desde un comienzo en la creación y expansión de redes clientelares (entre militares, círculos bolivarianos y votantes), las cuales acarrean un coste monetario del que no puede prescindirse so riesgo de experimentar revueltas intestinas. Así pues, ante el colapso de los ingresos del Fisco, Maduro decidió endeudar al Estado venezolano de un modo mucho más salvaje del que ya venía siéndolo: sólo en 2018, el déficit público del país se disparó hasta el 30% del PIB. ¿Y cómo financiar semejante desequilibrio si no se cuenta con acceso a los mercados financieros? Del mismo modo en que el Estado venezolano (incluso antes del chavismo) ha tratado tradicionalmente de solventar sus necesidades de capital: imprimiendo bolívares. Como es lógico, una impresión descontrolada de moneda, sobre todo si va dirigida a sufragar los gastos de un Estado insolvente, conduce a una inflación explosiva: sucedió antes del chavismo y vuelve a ocurrir en estos momentos de un modo muchísimo más exagerado que en el pasado. No en vano, el FMI estima que la tasa de inflación venezolana de 2018 alcanzó el 1.000.000%. O dicho de otro modo: nadie quiere bolívares para nada. Los ciudadanos huyen despavoridos de esta moneda y adquieren cualquier otro activo real capaz de salvaguardar su menguante poder adquisitivo. Tal está siendo la huida del bolívar que la oligarquía chavista se ha topado con un obstáculo para poder continuar con su impresión monetaria masiva: el valor de mercado del bolívar ha caído por debajo del coste del papel en el que está impreso. Es decir, el Estado venezolano ni siquiera es capaz de comprar el papel que necesita para continuar estampillando sus billetes. Ya lo advirtió el gran economista Ludwig von Mises: «El Estado es el único organismo capaz de reducir el valor de la moneda por debajo del valor del papel en el que se halla impresa». Por desgracia, los han redescubierto bajo el socialismo chavista la terrible verdad que se oculta detrás de esta admonición.