Opinión

Cuchipandas de estío

Para celebrar el final de los vergonzosos pactos entre los partidos políticos, siempre a espaldas de sus votantes, con el fin de repartirse los poderes autonómicos y municipales, ha estallado el verano social. Un contratiempo que me ha herido. No he sido invitado a la boda de Sergio Ramos en Sevilla. La pamela de mi mujer, al armario. Boda elegantísima, como aquellas cenas que ofrecían a mil invitados en Sitges los condes de Rueda. Cumplidos los aperitivos, los invitados hacían cola para «guardarse la vez» en el gran comedor. Así que apareció en la terraza principal la condesa de Rueda con un micrófono y anunció lo que sigue: «Queridos invitados, no se me amontonen. Distribúyanse. Hay langosta en los cinco comedores”. Los condes de Rueda y de Sainz de la Garza estrenaban condados pontificios a cambio de abonar una considerable cantidad de millones de pesetas a la Santa Sede. Eran extremadamente obesos, y cuando se puso de largo la niña de la casa, los invitados maledicentes decían que se había puesto de ancho. En fin, que no podré disfrutar de la boda del año en Sevilla, que será, con toda seguridad, una celebración dominada por el buen gusto del anfitrión y principal protagonista.

De Sevilla a Ibiza. Leo en «El Mundo» un reportaje firmado por Javier Negre que me ha impactado sobremanera. Rajoy navegando con sus amigos de siempre en una impactante embarcación y lanzándose a las aguas lapislázulis y cobaltos de las islas con una determinación que no mostró en sus decisiones políticas. En la redacción del texto, a pesar de su corrección, puede el lector sentirse desamparado y confuso. «Se le vio saltando desde un barco de 15 metros». Los ignorantes en cuestiones de la mar pueden caer en la tentación de creer que Rajoy se lanzó al agua desde 15 metros de altura. No. Era el barco el que tenía 15 metros de eslora. Rajoy se zambulló desde la plataforma de popa según el reportaje gráfico. Pero lo hizo con un arrojo espectacular. Se deduce que entre los amigos embarcados no se hallaban ni Soraya ni Pedro Arriola, su caritativo asesor demoscópico.

Porque la cosa no terminó en el chapuzón pitiuso. Por la noche visitó dos locales de diversión de moda, «Lío» y «El Beso Beach» –incitadora denominación–, y bailó y cantó «Can't Take My Eyes Off You», con extraordinario éxito de público y palmas. Ése es el Rajoy que habríamos querido en su momento. Un tipo que canta en inglés sin saber ni patata de inglés en una discoteca, hubiera convocado elecciones desde el poder y no estaría España como la dejó, en manos de un irresponsable y sus socios comunistas y separatistas. Pero hay que ser generoso. Aunque no lo merezca, al menos que disfrute.

Vuelvo a la boda del siglo. Una boda con unicornios y muchas molestias para los invitados. Absténganse de acudir los alérgicos a cualquier tipo de pegamento. Para acceder a la fiesta-cena hay que aplicarse un tatuaje con un código de seguridad personalizado. Mucha sencillez. Y los invitados han recibido el manual de instrucciones. 1/ Quita el plástico transparente del tatuaje. 2/ Coloca el tatuaje sobre la piel. 3/ Presiona un trozo de tela húmeda o una esponja sobre el papel del tatuaje. (Hay que llevar de casa trozo de tela húmeda o una esponja). Mucha sencillez. 4/ Sosténla al menos 6o segundos. (Me pregunto. ¿Qué hay que sostener durante 60 segundos, el trozo de tela o la esponja?). 5/ Retira el papel cuidadosamente. 6/ Espera a que el tatuaje se seque.

Me parece de perlas que los centenares de invitados a la boda de Sergio Ramos, síntesis del buen gusto, estén obligados a proceder de acuerdo a las instrucciones anteriormente relacionadas. Pero me desdigo. Nada me importa no figurar entre los pobres invitados. A mí, que tengo un carácter, me invitan a una boda con esas instrucciones, y mando al novio, a la novia, al patrino, a la madrina, a los pajes, al de la tarta, a Florentino y a Zidane a freir mil pares de puñetas. Cuchipandas de estío.