Opinión
Mi norte y más norte
Estoy en el norte. En el norte de España, claro, a orillas del Cantábrico, el mar que baña los fantasmas de los marinos celtas hasta el Cabo Híguer de Fuenterrabía, que según el siempre elegante conde de Motrico, es la última roca de nuestra patria. Me sucede lo que a Heidi. Que veo mis montañas de Cantabria y me da un subidón, con la ventaja de no tener que soportar al abuelo, ni a Pedro, ni a Niebla ni a la cabra ni a la señorita Rottenmeyer, de muy perversas intenciones. Ni a Clara, una repipi con poca fuerza de voluntad. No hay sed en los prados, pero lo han pasado mal por una primavera excesivamente cálida. Lo escribió Valdefranzana: «Lo preocupante del norte es que si deja de llover, ¿de qué hablamos?». Bueno, Valdefranzana era un escritor de tercera categoría, hijo de sacerdote y novicia, que con anterioridad a colgar los hábitos, se los remangaron. Dejó escrita una novela, titulada «Te quiero a cachos», que conservo como joya bibliográfica.
Playas todavía poco transitadas y paseables. Con mi amigo Adolfo Herrera he cubierto a nado toda la de Oyambre. Él me anima desde la orilla, porque soy nadador confuso y de cuando en cuando desfallezco. –Vamos, vamos, que sólo te faltan un par de kilómetros-. En la mar, millas, en tierra, kilómetros. Una pareja de jóvenes, desnudos, saltan sobre las olas y retozan en los intervalos de las ondas. Él está mejor dotado pectoralmente que ella. Lo escribió Groucho Marx del actor Víctor Mature: «No puedes esperar que el público se interese por una película (Sansón y Dalila) en la que las tetas del protagonista (Víctor Mature) son más grandes que las de la primera actriz (Hedy Lamarr)». La naturaleza es caprichosa y de muy poco fiar.
Este verano me voy a dedicar al deporte. He adquirido en comercio del ramo unas zapatillas para andar por la playa en los atardeceres, unas zapatillas para practicar los bolos montañeses, unas zapatillas para pasear entre los riscos de los Picos de Europa y unas zapatillas para descansar mis pies de las otras zapatillas. Me han costado un congo, pero algo habrá que hacer para mantener en perfecto estado de revista el cuerpo que Dios me ha concedido.
Las hortensias en flor. El norte de España es el paraíso de las hortensias, que por otra parte, provienen de Bélgica. En julio, agosto, y en las amplias umbrías hasta septiembre, las hortensias se multiplican por toda la lengua verde del norte de España. Y las begonias amarillas de los predios de Escalante, aquí en Mazcuerras, junto a los huesos sagrados de Lolo y Solita, en los altos del cementerio, vigilando a María Eugenia, Ricardo y Ana, por orden de edad. Y la familia Cofiño en Caviedes, y los Herrera de la Rabia buscando el continuador de la mejor tradición de Comillas. Hay mucho, que no algo, de embrujamiento en esta tierra privilegiada. La mezcla de la sal marina y los músculos del vacuno, de las algas y los bosques centenarios, del humilde caserío hasta la casona indiana, en ocasiones con empaque palaciego. La Montaña de Cantabria no es Santander, sino su provincia, alta Castilla en Valderredible, chulería de Dios en los Picos de Europa -¡El Oso de Cosgaya, Casa Cayo en Potes!-, el valle de Cabuérniga con su hayedo del Jilguero, y claro, la costa casta y jesuita de Ruiloba, Comillas y Valdáliga. Aquí, las gentes no buscan ni el elogio ni la maldad, y viven como siempre han vivido, y mueren como lo hacían sus antepasados, discretamente, con la mejor educación.
Hoy, en norte y mi norte, puedo recordar el olor al paisaje de mi juventud donostiarra. Pero esto es diferente. Cantabria y Asturias -primer verano sin mi amigo Luisín-, están ancladas en mi alma, que no es alma fácil. Y pienso en Madrid mientras observo el vuelo del milano, oigo el canto del jilguero y me imagino la presencia del corzo en el soto cercano. Y como siempre, Dios me anima a creer en Él, porque todo aquí es diferente. El norte, mi norte de España.
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