Opinión
Sillones
Pablo Iglesias se ha reunido con los sindicatos. Vamos a ver. Hace años, reunirse con UGT y CCOO, tenía su aquel y una innegable importancia. Tip escribió una canción de cuna a Comisiones Obreras. «Duérmete, niño mío/ que viene el C.C.O.O/ y castiga al patrono/ que paga poco». Ahora, y lo escribo con respeto, equivale a reunirse con dos secretarios generales de sendas agrupaciones romeras. A los sindicatos les está sucediendo lo que a los carlistas. Que convirtieron la reunión en el Montejurra en una romería. Las manifestaciones del 1 de Mayo de UGT y CCOO resultaban multitudinarias y clamorosas. Ahora las convocan al unísono y los manifestantes caben en el Palacio de Los Deportes, que en la actualidad se llama «Wicking Center» o algo parecido. Y sea recordada la gran verbena que el PCE montaba en la Casa de Campo, con degustación gratuíta de sardinas asadas. Era tal el aroma sardinero que restaba en el viejo parque, que las aves inmigrantes retrasaban dos semanas el inicio de sus vacaciones en España. Llegó a Embassy el más que tacaño Conde del Rudrón acompañado de un insoportable olor a sardina ahumada. Fue increpado por todos los miembros de su tertulia: –Hueles fatal, Jimmy–. Y Jimmy se justificó: –Vengo de gorronear sardinas en el «party» de Carrillo en la Casa de Campo. Agradable «picnic» y fantástico «catering», aunque muy de peces».
Reunirse hoy con los sindicatos para presionar al Gobierno es ingenuo, por cuanto el Gobierno es el que sostiene a los sindicatos, que si tuvieran que sobrevivir con las cuotas de los que aún permanecen afiliados, ya habrían cerrado la tienda. Iglesias está obsesionado con ser ministro, y pide respeto. Es curioso que Iglesias pida respeto, pero lo cierto es que lo ha pedido. Y ha ceñido sus ímpetus ministeriales en una imagen bastante divertida: –No se trata de sillones grandes o de sillones medianos, sino de formar un Gobierno de España progresista–. Lo último es morralla. Lo tronchante es lo de los sillones, que no se le van de la cabeza.
Por lógica –me he visto obligado a contratar a un intérprete de frases célebres–, los sillones grandes corresponden a los culos de los ministros, y los medianos a los escurridos glúteos o sufridas nalgas de los secretarios de Estado, subsecretarios y directores generales. Los directores generales adjuntos sólo pueden aspirar a sillones pequeños, y los asesores nombrados a dedo, a taburetes. Los más cercanos al poder con almohadón, y los menos comprometidos con el mal llamado cojín. Cuenta en sus memorias «Caza y Poder. La encomienda de Mudela» el que fuera en tiempos del franquismo su Ingeniero Jefe, Vicente Sánchez de Valderrama, que doña Carmen Polo, quiso conocer mientras el General Franco y sus invitados descolgaban perdices que volaban por el primer andamio del aire –la redacción me ha salido de dulce de membrillo–, la casa del Ingeniero. En el salón, un sofá corrido con almohadones multicolores. Doña Carmen elogió las telas de los almohadones. Y Valderrama agradeció sus palabras de esta guisa: –Efectivamente, Señora, son muy bonitos estos «cojoncetes». Quiso decir «cojinetes» y le salió, por causa de los nervios, «cojoncetes». No obstante, se mantuvo en su puesto.
La preocupación de los sillones grandes y los sillones medianos de Iglesias son motivo de un análisis psiquiátrico. Desde que se dio de baja laboral como madre sustituyendo a la madre de verdad de sus hijos, que a su vez, ambos dos, eran sustituídos todas las noches por una «Salus», Iglesias se entregó a la dulzura de la molicie. Rajoy era vago, Sánchez es vago e Iglesias no da con un palo al agua. Estamos, los españoles, en manos de una pandilla de vagos. Antaño, los que aspiraban a ser ministros, trabajaban más de la cuenta para destacar. Ahora, limitan sus méritos al tamaño de los sillones. –Pedro, o me das un sillón grande o no te voto–; –Pablo, por ahora, y te ruego discreción, te he preparado un sillón mediano muy aparente y cómodo. Es mediano-alto y con mecanismo de masaje–.
Querer ser ministro es constitucional. Desear un sillón grande en el ministerio es constitucional también, pero es deseo chivato. Se le ven las intenciones. Fraga, cuando fue nombrado ministro por vez primera, pensaba en la futura red de Paradores del Estado, con San Marcos de León y los Reyes Católicos de Santiago como puntos de prestigio para el turismo. Pero no en sillones. Fraga Iribarne, que era muy trabajador y también culón, sabía que su sillón tenía que ser grande, fuera ministro o no. Dormía cuatro horas y a las siete de la mañana abría su ministerio. Jamás equiparó sus responsabilidades políticas al tamaño de los sillones, como hace ahora Iglesias. Se le escapó a un diplomático, que había sido nombrado Embajador de España en las islas Seychelles. –María, tenemos que comprar trajes de baño–. Lo mismo sucede con Iglesias.
Quiere el sillón grande. Es más cómodo para arruinar a España y los españoles.
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