Opinión

La carta de Rupérez

La Carta al Director del embajador Javier Rupérez publicada el 28 de junio en ABC, es más que una intervención de Cánovas o Canalejas en el Congreso de los Diputados, allá a lo lejos, cuando los diputados no provenían –en su mayoría–, de los estercoleros. Se trata de una carta que habría merecido la publicación simultánea en todos los periódicos, al menos en los que mantienen esa sección tradicional y antigua que ofrece a los lectores un espacio para su opinión. El político y embajador Rupérez dirige su carta a Rosa María Mateo. Texto breve en el que no sobra ni una palabra: «Con estupor he contemplado la decisión de TVE de conceder un lugar privilegiado en su programación al terrorista Otegui. Con el mismo estupor he visto cómo los entrevistadores evitaban preguntarle sobre sus víctimas. Una de ellas, Gabriel Cisneros, logró apenas evitar ser secuestrado por Otegui a costa de ser tiroteado por el hoy líder de Bildu, y ver su vida acortada como consecuencia de los disparos del asesino. Otra soy yo mismo, secuestrado por el entrevistado en el año 1979. Estoy todavía esperando que en aras de la neutralidad informativa, doña Rosa María Mateo tenga a bien invitarme a compartir en TVE mis reflexiones sobre Otegui y sus crímenes, en el mismo espacio y formato que el terrorista tuvo en la corporación pública. Javier Rupérez. Embajador de España».

En un acto celebrado en LA RAZÓN, me despedí de Gaby Cisneros. Nunca se recuperó físicamente del disparo de Otegui, que le perforó el estómago. El plan era secuestrarlo, y en caso de resistencia, matarlo. Gaby Cisneros, con la bala de Otegui en su cuerpo, a duras penas pudo guarecerse detrás de un coche y pedir auxilio. Aquella tarde Gabriel Cisneros, que era la síntesis de la listeza, la tolerancia, la comprensión del adversario y uno de los mayores protagonistas de la reconciliación entre los españoles, presentaba un perfil afilado y amarillento que anunciaba un final próximo. –Me operaron, me extirparon la bala, me volvieron a operar, y así tirando, he vivido más de la cuenta. Pero el sufrimiento que aquella bala me produjo me trajo el bicho, y el bicho no perdona–. El bicho era el tumor que se lo llevó.

Y Javier Rupérez, amigo y compañero de andadura política de Gabriel Cisneros, fue secuestrado por el entrevistado preferido de Sánchez y Mateo. Secuestrado, privado brutal e ilegalmente de su libertad, y con su vida puesta en suerte a cambio de dinero. Hace bien el embajador Rupérez en exigir a esos sinvergüenzas que le concedan el mismo tratamiento que al terrorista que disparó contra Gaby Cisneros y comandó su secuestro. No cuente don Javier con ello. Todo ha cambiado. En aquellos años de la transición y el terrorismo etarra, aunque fuera para simular en busca de la estética, los nacionalistas cristianos y burgueses del PNV fingían su dolor parlamentario por los crímenes etarras. Los fingían y los sufrían, porque más de un empresario implicado en el nacionalismo vasco fue asesinado por no pagar a la banda terrorista el precio del chantaje. De ahí, que me causara repulsión la actitud del PNV de Aitor Esteban, negándose a aplaudir en el Congreso de los Diputados las palabras de repulsa de la diputada del PP María del Mar Blanco, víctima del terrorismo de la banda de Otegui. Cuando Miguel Ángel Blanco fue asesinado desde la más abyecta maldad y cobardía por los de Otegui, era «Lehendakari» Ardanza, y aquel nacionalista demostró que no sólo sabía reconocer a las víctimas sino llorar por ellas. El nacionalismo vasco está impregnado de cristianismo, y Aitor Esteban –como hicieron algunos obispos–, es de los que creen que el Dios de los vascos es diferente al Dios del resto de los españoles. Y es un Dios que aplaude el disparo en la nuca, el coche-bomba o la ignominia del secuestro.

La política española, con el mantenimiento del poder a cambio de cualquier fechoría, se ha convertido en una pocilga interminable. Los españoles asistimos, desde el pavor y la ira, a las bajezas, los pactos y los intercambios de afectos más delictivos desde que recuperamos la libertad y los Derechos Humanos. España es una nación democrática a punto de dejar de serlo. Una democracia tan garantista que acepta entre sus representantes a quienes desean que desaparezca, como son todos los socios de Sánchez y este PSOE de hoy, irreconocible y antiespañol. Ahí la Chivite.

Si el Sánchez y la Mateo tuvieran un ápice de dignidad, abrirían a Javier Rupérez las puertas de TVE. No lo harán. Ni tienen dignidad ni la menor intención de disimularlo. Pero esa Carta al Director que ABC ha publicado, en tan reducido espacio reúne mucha grandeza. Y es incontestable. Tan incontestable como la degradación de nuestra clase política.