Opinión

Primeras damas

Entre las llamadas «primeras damas» que han asistido con sus maridos al guateque del G-20 en Osaka, no figuraba la única Primera Dama de verdad, la «First Lady» norteamericana. Si a la mujer de Nikita Kruschev le hubieran dicho «Primera Dama» le habría sobrevenido un soponcio. Son las mujeres de los presidentes o primeros ministros de las naciones que conforman ese grupo tan divertido y prescindible. Se adivina en las fotografías publicadas en la prensa, que no existe, por ahora, igualdad de sexo en el mando del mundo mundial. Mientras ellos se reunían para no alcanzar acuerdo alguno, ellas fueron llevadas en un autobús a visitar el templo de Tofuku-Ji en Kioto. No quiero pasar por un inconmensurable inculto, pero reconozco que ignoraba que el templo de Tofuku-Ji de Kioto fuera tan interesante. Y posteriormente, cuando el fantasma de Tofuku-Ji (Q.E.P.D.) principiaba a mostrar cansancio por la visita de las llamadas «Primeras Damas», las agradables muchachas acudieron en tropel a dar comida a los peces que habitan en el gran estanque del Jardín Oriental de Osaka. Ruego a los lectores de La Razón que intenten recuperar el periódico del pasado 29 de junio, día de San Pedro y de San Pablo, y reparen en la página 8 atendiendo con más interés el documento gráfico de las «Primeras Damas» cuando alimentaban a los ciprinos dorados de la espectacular alberca. Destaca entre las «Primeras Damas», una hermosa y atractiva mujer calva, con gafas y corbata que así, a primera vista, no parece una «Primera Dama». Será el «Primer Damo», el amante esposo de una Merkel o similar, sin descartar que sea el marido de la propia señora Merkel, que escrito sea de paso, nos tiene en un grito con sus súbitos temblores. No se me antoja de buen gusto que mientras la señora Merkel negocia con Trump, con Putin, con el Primer Ministro japonés, con el príncipe saudí Ben Salman, con el Presidente Adjunto de Ciudadanos Macron o con la encantadora Tere May, el señor Merkel se dedique a depositar en la superficie del agua de un estanque comidita para peces. También estaba la nuestra, orgullo de España, la gran Begoña, que sonreía en el jardín Oriental al tiempo que Donald Trump le ordenaba a su marido: «Anda, siéntate ahí y no me vengas con tus chorradas».

Copiar la cursilería de la «First Lady» y atribuir el tratamiento a las mujeres de todos los jefes de Estado y primeros ministros, carece de sentido y de buen gusto. Por otra parte, de ser consideradas «Primeras damas» las esposas de los mandatarios, al menos las de España, Bélgica, Holanda, Noruega, Dinamarca y Suecia serían sus reinas, y no las mujeres de sus primeros ministros, como lo es Sánchez en equivalencia de poder.

Lo que resta con meridiana claridad es que estos viajes y encuentros que no sirven para nada, nos salen muy caros a la simple ciudadanía. Que vuele hasta Osaka la señora de Sánchez –gran trabajadora-, para dar de comer a los peces me parece innecesario. En Madrid hay magníficos acuarios, y el de San Sebastián es la monda. Todo ese gasto de «Primeras Damas» sin voz ni voto para dar de comer a los peces no concuerda con las recomendaciones de austeridad que nos inyectan desde las alturas. Otra cosa son Trump, Putin y Xi, el malvado chino. Ellos son los que tienen que alcanzar el acuerdo comercial pertinente. Esas reuniones tienen que limitar el número de sus amistades. En la segunda recepción correspondiente a la entrega del Cervantes, y comparándola con la primera gala, mientras subíamos los invitados por las escaleras que acceden a la sala de audiencias de La Zarzuela, comentó Antonio Gala: «Es indiscutible que los Reyes, del año pasado a éste, han aumentado su círculo de amistades». Pues en el G-20 hay que hacer lo contrario que los Reyes Juan Carlos y Sofía. Urge la reducción del círculo de amistades y la desaparición de los gorrones inútiles, que de ir, habrían de hacerlo en soledad, sin poner en riesgo a las «Primeras Damas», incluido el calvo, al borde de la piscina. Había por ahí más de una obesa que de caer al estanque se la hubieran comido los peces.

Si bien, para los españoles, fue motivo de patrio orgullo el abrazo que le ofreció Trump a Sánchez, los generosos minutos de charla que le regaló y la sutil indicación con el dedo índice de la mano izquierda señalándole el sillón que correspondía a nuestro Primer Damo. «Tu, ahí, y deja de dar la tabarra», que es la segunda versión. La tercera versión, que también la hay, no es apta para menores.

Nada, que se han ido de peces y volverán un día de éstos.